Un simulacro. A eso fue lo único a lo que tuvieron derecho los palestinos de Gaza, que ayer tuvieron que conformarse con llorar un ataúd vacío y seguirlo en procesión. Los habitantes de la franja vieron cómo su líder era enterrado en Ramala, una ciudad que queda a dos horas en coche pero que, para ellos, encerrados en este territorio por las tropas israelís, es tan inaccesible como la luna.

Por eso, las autoridades organizaron un funeral simbólico. Improvisaron un ataúd con tablones rudamente desbastados, lo cubrieron con una bandera palestina y lo cuajaron de retratos del rais . El féretro fue honrado en una ceremonia en la mezquita de Al Omari, la más antigua de Gaza, y llevado en procesión hasta las oficinas de Arafat por civiles y milicianos armados que no paraban de disparar al aire.

La marcha congregó a 100.000 personas, reunidas para despedir a un líder que, a esa hora, era enterrado a cientos de kilómetros. Muchos expresaban su frustración. "Me destruye la impotencia de no poder estar allí, acompañando a nuestro líder en este momento", exclamó Hicham Abú Hamid, un carpintero. "Si los israelís nos hubieran dejado, habríamos ido a Ramala cientos de miles desde Gaza", afirmó Abú Hamid. "Aunque su cuerpo no esté en el ataúd, lo menos que puedo hacer es venir a este funeral", comentó Yusef, un funcionario.

Que el cadáver de Arafat no estuviera se notó en la asistencia a la marcha. Aunque estaban todos los grupos palestinos portando sus banderas, la procesión congregó a mucha menos gente que la que asistió al funeral del líder de Hamás, Ahmed Yasín, asesinado por Israel en marzo y a cuyo entierro asistieron medio millón de palestinos. De hecho, muchos vecinos prefirieron pasar la mañana enganchados al televisor para ver el entierro auténtico.

Su frustración es la de un pueblo dividido en dos compartimentos estancos, Gaza y Cisjordania, entre los cuales los israelís impiden cualquier contacto. Los palestinos de ambos territorios crecen sin conocerse y las diferencias entre ambos son visibles.

Los habitantes de Cisjordania, con una salida económica a Jordania, están en mejor situación que los de Gaza, un territorio de 40 kilómetros de largo por 8 de ancho donde un millón y medio de habitantes están literalmente encerrados. Mucho más pobres, sufren la mayor tasa de hacinamiento del planeta. Pese a todo, el sentimiento de unión persiste. "Nos separa la distancia --dijo Mustafá--, pero la lucha nos mantiene unidos".