Es difícil imaginar cuál sería la reacción en un país occidental en el que, en pocas semanas, dos aviones de pasajeros hubieran sido derribados por atentados terroristas, y un colegio hubiera sido secuestrado por activistas, causando la muerte de al menos 339 rehenes. Haciendo caso omiso a las críticas, el presidente ruso, Vladimir Putin, optó reforzar lo que en Rusia se llama la "vertical del poder", y no se deja intimidar por fallidos atentados contra él, como el desbaratado ayer en el centro de Moscú.