La imagen de la octogenaria Emilia Kamvisi dando el biberón a un bebé sirio recién arribado a Lesbos junto a su madre fue la simpática estampa que rebajaba la tragedia humana e ilustraba la solidaridad con la que los lugareños acogían a los migrantes en su huida desesperada. Corría el año 2016 y esas muestras de calidez autóctonas le merecieron incluso una candidatura al Nobel de la Paz. Pero en estos dos años el drama humanitario ha alcanzado tal calibre que desborda las mejores intenciones y amenaza con destrozar la tradicional hospitalidad de este país.

Casi 1.075.000 migrantes han llegado a las islas griegas desde el 2015, según ACNUR. Un aluvión incontenible que altera el ecosistema turístico, su principal fuente de ingresos. Para acabar de aliñar la situación, las medidas draconianas impuestas en el rescate de la UE han acarreado sustanciales reducciones de sueldos, aumentos impositivos y una tasa de paro que afecta a uno de cada cinco griegos.

Miedo

La sensibilidad está a flor de piel y las adversidades son vistas ahora más amenazantes que nunca. Hay miedo. Por el futuro y, como tantas otras veces, por lo desconocido. Las acciones incívicas y los delitos que cometan algunos migrantes adquieren gran repercusión en determinados entornos. «La sociedad local está dividida, pero lo que ya es seguro es que la vida nos ha cambiado: la gente ya no deja las puertas de la casa abiertas. A la crisis económica le ha seguido una crisis de valores», se lamenta Vasileia Vrikelli, profesora de lengua griega.

Skleparis Panagiotis personifica esa división. Habla de «rabia e impotencia» ante la sangría migratoria que no cesa y puede comprometer el porvenir de Lesbos, pero en casa este veterano policía descubre el reverso de la moneda: «Veo a mis hijos y me imagino que tuvieran que afrontar una situación así y me invade una infinita tristeza».

Ese futuro que inquieta a Skleparis ya es presente para Ahmin, un sirio que trata de sobreponerse a las expectativas incumplidas al pisar territorio europeo. «No es lo que soñábamos, pero por más doloroso que sea, espero encontrar la manera de tener una buena vida en Europa», comenta en un barracón del campo de refugiados de Chios.

A Laura Anatol, coordinadora del almacén de Attika que distribuye ayuda humanitaria en la isla, no le cuesta entender la sensación de abandono que tienen los griegos. «Es imposible solucionar este problema mientras Europa no dé una solución que esté a la altura. ¿Acaso no hay sitio para estas personas entre todos los países del continente? Justo ahora que se invierte la pirámide demográfica decimos que no hay sitios para nuevas generaciones, jóvenes con ganas de trabajar y una garantía de seguir pagando las pensiones?», explica Laura.

Algunos inmigrantes confiesan a los cooperantes que prefieren no pasar demasiado tiempo en la ciudad, donde algunas miradas les hieren y detectan un ambiente de «hostilidad» que va a más. Y en ocasiones puede ser mucho peor que una sensación. El pasado abril, centenares de jóvenes de ultraderecha atacaron a un grupo de inmigrantes en Mitilene, la capital de Lesbos. La presión social se detecta cuando oftalmólogos, dentistas y otros médicos especialistas aceptan las llamadas de auxilio de las oenegés, «pero fuera de su consulta y de su horario laboral», según revela otra cooperante.

Uno de cada diez

La directora del principal hospital de Chios, Helen Kantaraki, revela que los inmigrantes ya representan uno de cada diez pacientes que se atienden, mientras se extiende la leyenda urbana de que los foráneos tienen prioridad. «No es cierto, lo que pasa es que a veces los policías pedimos que aceleren la visita porque estamos usando el único coche disponible en el campo», explica Voziatzis Kostas, miembro de la policía de fronteras.

Mil y un detalles ilustran la inquietud que cunde entre la comunidad. Un vecino que vive cerca del campo de Vial aprovecha un encuentro con las autoridades locales para lamentar el «aumento de la criminalidad» que afecta a la vida cotidiana de los residentes. Propone acabar con el gueto creando cafeterías y parques para recién llegados. Eso sí, única y exclusivamente para ellos...