Un río humano ha acompañado al madurismo en las calles. Pero lo de la oposición ha sido más bien un apoyo oceánico. Unos tres kilómetros han separado en Caracas a las manifestaciones a favor y en contra del Gobierno. Los primeros, con apoyo estatal, han vestido en su mayoría de rojo. La extracción popular era evidente. El antichavismo lo ha hecho de blanco y a pie hasta el coqueto barrio Las Mercedes. La avenida Bolívar es desde hace 20 años el escenario privilegiado de los rituales del Gobierno. A través de los altavoces se ha escuchado las canciones de Alí Primera, el cantante oficial del chavismo por excelencia. “Por la verdad hasta murió Cristo”, dice Celia, dispuesta a la inmolación. Ella lleva una miniatura de Hugo Chávez, como si fuera un amuleto, un conjuro ante lo que puede acontecer. Franklin Navedo es docente, pero ve vestido de miliciano. “Tenemos que prepararnos para defender la patria”, afirma, y señala una formación de uniformados voluntarios. “Estamos dispuestos a todo”, subraya y se golpeó el pecho.

Juana vive en uno de los edificios entregados por Nicolás Maduro hace cinco años a la vera de la avenida. Aún no no están acabados del todo. Los habitantes de la urbanización Oscar López Rivera secan la ropa en las ventanas. Juana se gana la vida “vendiendo chucherías”. Dice que quiere paz, mientras espera un comprador de cigarrillos o golosinas. “La cosa está dura, pero sabemos las causas”, interviene Judith, empleada pública, y Juana la mira con cierto desagrado. Luego se han puesto a discutir. Soldados, milicianos, madres e hijos, estudiantes y burócratas, las observan sorprendidos. El tono de sus voces se eleva. “Unidad, unidad”, se queja un señor, para que la controversia no se extendienda. “Parece mentira, compañeras”, sermonea.

GOLPE DE CACEROLAS

La avenida José Martí conduce al corazón de Las Mercedes. Una marea blanca avanza entre cornetazos y golpe de cacerolas. Prevalece la clase media, pero no está sola. “Ojalá se logre el cambio pronto, para eso estamos acá. No puedo creer que seamos tantos”, dice Valentina, estudiante de nutrición. Mónica es ama de casa. “Tiene que caer”, grita. Glenys se comunica por Whatsapp con sus hijos que abandonaron Venezuela. Necesita contarles lo que ve. “¡Está por suceder el milagro!”. Ellas son amigas y eran chavistas. Ya no. Juan Carlos es abogado. También votó a Chávez alguna vez. “Lo único que espero es libertad”. Alguna vez tuvo un estudio próspero. Casi todos sus clientes se fueron o quebraron. “Ahora gano apenas para sobrevivir. Como muchos. O como todos”. Mairelis es licenciada en ciencias sociales. Ha llegado a Las Mercedes desde un barrio popular. “Los que dicen que esta es una disputa entre pobres y ricos no saben lo que hablan. No somos adinerados. No nací en cuna de oro. Igual que miles de venezolanos de escasos recursos que le dieron la espalda al Gobierno y marchan conmigo. Chávez era una cosa, pero el giro político de Maduro ha vuelto insufrible esto. Todavía, lo reconozco, hay muchos con miedos y dudas de que pueden perder beneficios. Pero pronto despertarán”.

Tanto en la avenida Bolívar como en Las Mercedes ha sonado el himno nacional. La oposición también se ha acompañado con el Himno a la Alegría de la IX Sinfonía de Beethoven. Ha habido también caraqueños sordos a esas músicas, como aquellos que, urgidos en la calle Casanova, buscan comida en la basura, o como Graciela, que en la calle Lecuna acaba de comprar una bolsa grande de comida para perros. Ha pagado 100.000 bolívares, lo que equivale a casi seis salarios mínimos. “Yo no estoy con ninguno”. Solo le preocupa el alimento para su mascota.