Enrique Angelelli era conocido como el "obispo de los pobres". Había abrazado el Concilio Vaticano II en los años sesenta. De allí extrajo la fuerza para dotar a su tarea pastoral de un fuerte compromiso con los menos favorecidos en la provincia de La Rioja. Cuando los militares argentinos tomaron el poder, el 24 de marzo de 1976, fue uno de los pocos religiosos que alzó la voz con vehemencia.

Fue asesinado el 4 de agosto de ese año. La dictadura hizo pasar a su muerte como resultado de un accidente automovilístico. Casi 38 años después, en un fallo histórico, la justicia condenó a los responsables de aquel crimen. El ex general Luciano Benjamín Menéndez, jefe del III Cuerpo de Ejército, y su subordinado, Luis Fernando Estrella , recibieron la pena de prisión perpetua y deberán cumplirla en una cárcel común. El "Chacal" Menéndez ya había recibido otras sentencias de esta magnitud.

Angelelli llamaba a predicar el Evangelio "con un oído en el pueblo". Aquel 4 de agosto, conducía su camioneta de regreso desde la localidad riojana de Chamical, casi 1000 kilómetros al oeste de la ciudad de Buenos Aires. El obispo había asistido a una misa de homenaje a dos curas y un catequista asesinados por fuerzas represivas. Al volver, su vehículo volcó en la ruta 38. El sacerdote Arturo Pinto, que lo acompañaba, quedó inconsciente por el golpe. Pinto reveló más tarde que el automóvil fue cruzado por otros dos coches hasta que lograron hacerlo volcar.

Una acción premeditada

En la noche del viernes, el Tribunal Oral Federal de La Rioja desechó de plano la vieja teoría del "accidente" y sostuvo que se trató de "una acción premeditada" y "ejecutada en el marco del terrorismo de Estado". Por lo tanto, son hechos de caracter imprescriptible. Los jueces José Camilo Nicolás Quiroga Uriburu, Carlos Julio Lascano y Juan Carlos Reynaga consideraron a Menéndez y a Estrella autores mediatos del asesinato de Angelelli y de la tentativa de homicidio de Pinto.

Los querellantes presentaron durante el juicio documentación relacionada con la actuación de los Cruzados de la Fe, un grupo de laicos terratenientes conservadores, que encabezaron la persecución y el hostigamiento contra Angelelli antes y durante la última dictadura. El tribunal dejó abierta la puerta para una futura investigación. Ese grupo aborrecía a Angelelli. Lo acusaba de comunista por haber colaborado en la creación de los sindicatos de mineros, trabajadores rurales y de las empleadas domésticas, así como cooperativas de trabajo.

Reconocimiento al martirio

El asesinato del obispo provocó una silenciosa conmoción en los argentinos que nunca creyeron la versión del accidente. Por entonces, el cardenal Juan Carlos Aramburu, arzobispo de la ciudad de Buenos Aires, se negó a acaptar la hipótesis del crimen. Lo mismo hizo el sector eclesial que silenció el accionar de los militares. Pocos años antes de ser nombrado Papa, el cardenal Jorge Bergoglio, celebró una misa en la Catedral de La Rioja en memoria de Angelelli. En su homilía dijo que el obispo "removió piedras que cayeron sobre él por proclamar el Evangelio, y se empapó de su propia sangre". Bergoglio recurrió a una frase de Tertuliano para evocar lo ocurrido: "(la) sangre de los mártires (es la) semilla de la Iglesia". Fue esa la primera vez que la Iglesia argentina se refirió al martirio de Angelelli.