Un príncipe puede sentirse intocable, por encima de las leyes internacionales, si su reino posee el 17% de las reservas mundiales conocidas de petróleo, compra armas de fuego al por mayor a países occidentales (incluida España) y tiene la llave teórica para crear un millón de puestos de trabajo en EEUU. Eso dijo el entonces presidente Donald Trump para justificar su apoyo a Arabia Saudí. Ayuda a perder el sentido de la realidad y de los límites éticos si el heredero es, además, gobernante de facto de un país estratégico de Oriente Próximo que actúa como una dictadura que asesina disidentes y encarcela mujeres por el delito de reclamar derechos.

Un depredador debe detectar la dirección del viento y apreciar cada cambio para esconder su olor. De esta habilidad depende la caza y su alimento. En política, además de olfato, se exige un oído sutil, capaz de intuir cuándo se a va a detener la música. Parece que 2021 no va a ser un buen año para Mohamed bin Salman, el hombre fuerte de Arabia Saudí, al que por ahorrar tiempo y tinta nos referiremos por sus iniciales MBS.

Después de años de excesos internos y externos llega la hora de pagar algún precio, aunque sea de imagen exterior. Ya no parece el joven modernizador de Arabia Saudí (tiene 35 años en un país gobernado por una gerontocracia), sino el tipo implacable que presuntamente dio la orden, seleccionó el equipo y facilitó la infraestructura necesaria para matar y descuartizar al disidente Jamal Khashoggi, ocurrido en octubre de 2018 en el consulado saudí de Estambul.

Volvemos a los grises

Ya no está Trump, sino Joe Biden. Volvemos a los tiempos de Obama en los que la lectura de la realidad prefería los grises al dominante blanco y negro. Se busca de nuevo la manera de tratar con Irán fuera del discurso de la propaganda, pero sin perder las formas como demuestra el bombardeo del jueves en Siria. Que EEUU quiera negociar con Teherán es una pésima noticia para Arabia Saudí y para Benjamin Netanyahu.

El primer mensaje de Biden ha sido claro: Washington ya no apoya la guerra de Yemen, un conflicto en el que Riad ha gastado mucho dinero y utilizado armas y bombas, made in USA y en otros países europeos, para doblegar sin éxito la guerrilla hutí, apoyada por Irán. En seis años de guerra han muerto más de 230.000 personas, según la ONU.

Ya no son rumores o deducciones que situaban a MBS detrás del asesinato de Khashoggi. La novedad son las pruebas. La Casa Blanca tiene un informe de sus servicios secretos basado en las investigaciones de la CIA, que siempre creyó que MBS era el cerebro del operativo. Biden lo ha leído y ha hablado con el padre de MBS, el rey Salman que a sus 85 años y salud precaria manda menos de lo que sugiere su jerarquía, para recordarle la importancia de los derechos humanos y el respeto de la ley. El informe será público.

Pleitesía y disimulo

Una salida sería destituir al hijo como heredero, algo improbable porque con él se iría el rey y toda su estirpe. Una de las primeras medidas de MBS como hombre fuerte a primeros de 2020 fue encarcelar a los familiares que podrían disputarle el futuro trono. Su fuerza se basa en el miedo que provoca. Sin él, todos son vulnerables.

La cadena CNN, muy próxima a los demócratas, ha informado esta semana de que el equipo de sicarios que mató a Khashoggi voló en dos jets privados de Sky Prime Aviation, una compañía intervenida por MBS un año antes. Aterrizaron en Estambul antes del asesinato. Uno despegó con seis hombres a bordo una hora y media después; el segundo lo hizo cinco horas más tarde con el resto del equipo. El envío de sicarios para liquidar a alguien molesto no es una novedad. Sucedió en Canadá, donde está refugiado Saad al Yabr, antiguo jefe de los espías saudís y enfrentado ahora al régimen.

Pese a que todo apuntaba a MBS desde el principio, la mayoría de los dirigentes occidentales ha preferido no tratar al heredero como un paria, ni exigir su destitución. Nadie ha planteado dictar sanciones ni congelar las cuentas bancarias de los dirigentes implicados, como se hace con los de los países que no nos gustan. Nadie ha movido un dedo porque el mango y la sartén están en la mano de Riad. Todos prefieren la pleitesía y el disimulo, cuando no el bochorno.

No esperen milagros cuando se den a conocer las pruebas. Los negocios están por encima de los derechos humanos. Si quieren más información sobre el caso, Filmin estrenará en breve el premiadísimo documental El disidente de Bryan Fogel. Es de visión obligatoria, sobre todo para el Gobierno español.