"Staten Island es igual que una pequeña ciudad en Pensilvania o en Wyoming". La acertada descripción de este bastión conservador en medio de la progresista Nueva York la hace Scott LoBaido. "Artista y patriota", según la autodefinición que ha estampado en las ventanillas de su todoterreno, cubierto como la mayoría de sus cuadros con barras y estrellas, ha sido llamado "el ciudadano más famoso" del barrio, el menos poblado de la urbe de 8,5 millones de habitantes (con medio millón de ellos) y el único donde hace un año ganó Donald Trump, con el 57% de voto frente al 40% de Hillary Clinton.

Una charla en su estudio es un viaje a un mundo de ego y narcisismo que, como un discurso exaltado, le conecta con el inquilino de la Casa Blanca. Es también -al igual que conversaciones menos pintorescas pero igual de reveladoras con otros votantes de Trump en la isla- una ventana abierta a lo que piensan quienes celebraron su triunfo y se mantienen convencidos de que el mandatario está haciendo realidad su promesa de "hacer América grande de nuevo". Son, según las encuestas, cada vez menos (una publicada este martes muestra que la desaprobación entre quienes le votaron supera ya a la aprobación). Pero LoBaido lanza una sugerencia: "Conviene recordar lo que pasó con los sondeos la última vez”.

“Estábamos hartos”

"No somos el perverso grupo de fanáticos intolerantes miembros del Ku Klux Klan homófobos y misóginos que todo el mundo siente que somos", dice el artista. "Eso es solo como nos ven quienes no han podido superar aún que Trump ganara. Estábamos hartos, como el resto de América, del ‘establishment’. Y somos gente como el minero que pasa 16 horas en la mina pensando en alimentar a sus hijos y pagar la hipoteca y que cada día era asfixiado con regulaciones, impuestos y correción política. No tenemos tiempo de eso. No nos importa a quién te follas, qué haces, si te quieres cambiar de sexo 40 veces, pero no cambies el mundo por tu factor de minoría”.

En Legends, un bar en Victory Boulevard, Kenneth Bertosen, un veterano, habla con mucha más calma, pero con un mensaje similar. "Necesitábamos un cambio. No quería a un demócrata o un Clinton, que son ladrones. Y Trump es un buen hombre de negocios, básicamente lo que necesitábamos. Los progresistas pueden hablar de él con desprecio, pero la realidad es que no podemos regalar el país, ya no nos lo podemos permitir".

Perfecto eco

La voz de estos votantes hace perfecto eco a los mensajes de Trump, a sus propuestas. E incluso cuando se charla con otros como Philip, funcionario de los servicios de recogida de basura que le votó y ahora expresa cierto desencanto ("habla a lo grande, pero no veo muchos resultados"), se repite casi punto por punto el discurso que emana de la Administración y los medios conservadores, incluyendo alabanzas a la situación de la bolsa o a datos de creación de empleo.

¿El ’Rusiagate’? "La nada", "un invento de los medios mentirosos", "a quien hay que investigar es a los Clinton". ¿La polarización del país? "Viene de antes", "Obama la hizo peor”. "La división racial ha estado ahí siempre y siempre estará", "el racismo es una cuestión individual". ¿La falta de respeto a familias de militares fallecidos? "Tiene el corazón en el sitio adecuado, aunque a veces le fallen las palabras". ¿Twitter? "No se puede estar siempre de acuerdo con lo que dice, pero logra sacar su mensaje ahí fuera". "No importa lo que dice, importa lo que hace".

En territorio Trump se defiende su tono ("a veces hay que hablar duro", "tienes que asustar a la gente"), sobre todo en inmigración. LoBaido (descendiente de sicilianos), Bertosen (nieto de noruegos) y Philip, el funcionario (hijo de una colombiana) coinciden al realizar un retrato de una Europa que creen marcada por “la violencia, las violaciones, los problemas con inmigrantes y refugiados". Y dicen: "Hay que ser más diligente con a quién se deja entrar","hay que prevenir que entren individuos que van contra nuestro estilo de vida".

Hablan de "una nación libre, pero una nación de leyes" y aplauden el muro ("no ha puesto una sola piedra aún y ya han caído 60% los cruces por la frontera", dice LoBaido). Mientras, en Tacos La Mixteca, Marcelo Farciert ve en peligro su negocio, ubicado en el barrio de Tompkinsville, más castigado y núcleo de la población negra e inmigrante. "Antes la gente salía y gastaba", cuenta este ciudadano estadounidense, nacido en Puebla (México). "“Ahora domina el temor. Se ve menos gente en la calle, muchos se están yendo".