"La critatura más fuerte que Dios creó en el mundo no fue el león, ni el elefante, ni el tigre, fue una mujer". La frase no es de Barack Obama ni de Justin Trudeau, conocidos líderes feministas, sino de Arunachalam Muruganantham, inventor de una sencilla máquina para fabricar compresas baratas que está ayudando a dinamitar el "mayor tabú en la India: la menstruacción". Su esposa, como la mayoría de mujeres de las zonas rurales de la India, utilizaba trapos viejos para contener el sangrado de la regla, algo nada higiénico que Arunachalam ha solucionado con su sencillo ingenio: una especie de olla exprés que convierte la pulpa de madera en celulosa y que, debidamente colocada en unos moldes y luego prensada, se transforma en toallitas sanitarias eficaces y asequibles. Su invento, con planes de expansión en 106 países en desarrollo, es toda una revolución en su país, ya que además de liberar a las mujeres las empodera, al hacerlas independientes económicamente.

Varias de estas poderosas historias protagonizan Period. End of Sentence Una revolución en toda regla, el documental de Netflix ganador de una estatuílla en la última edición de los Oscar. La cinta, de tan solo 26 minutos, narra la historia de un grupo de mujeres de la aldea de Kathikhera, en el distrito de Hapur, a 115 kilómetros de Nueva Delhi, que aprenden a fabricar compresas con la máquina ideada por Arunachalam y que les proporciona un grupo de estudiantes de la Oakwood School de Los Ángeles, quienes, a su vez, crearon la organización The Pad Project, con el fin de acabar con la pobreza menstrual en el tercer mundo. Las jóvenes quisieron documentar este aprendizaje, para lo cual contaron con la colaboración de la joven realizadora estadounidense de ascendencia iraní Rayka Zehtabchi.

En la pequeña comunidad india que retrata el filme a las chicas les entra la risa nerviosa cuando les preguntan por la "R-E-G-L-A", palabra tabú y brecha de género ancestral que las aparta de los templos por "sucias" y de la escuela, por no tener con qué ni dónde cambiarse (una de cada tres chicas abandona los estudios por este motivo en la India, donde solo el 10% de las mujeres usan compresas).

"El trapo que usaba se mojaba tanto que debía cambiármelo con mucha frecuencia. Había hombres que rondaban por allí y no podía cambiarme el trapo delante de ellos", explica una de las chicas del documental, que aguantó esta situación durante un año con la esperanza de que algo cambiara, pero como no cambió nada al final dejó el colegio.

Otra relata cómo espera el anochecer para ir al vertedero a enterrar los trapos empapados. "Me da mucha vergüenza cuando Ruby y Jackie (sus perros) van luego y los desentierran".

UNA REVOLUCIÓN IMPARABLE

Sneha, en cambio, no ha claudicado. Su sueño es ser policía en Nueva Delhi, y gracias a la fabricación de compresas se está pagando la formación. "Soy yo contra toda la aldea", cuenta orgullosa. Quiere que la conozcan por ella, no por ser la hija de ni la esposa de. Trabaja de nueve a cinco en el taller instalado en casa de un hombre que desconoce qué hacen esas mujeres allí, cree que fabrican pañales para bebés. No sabe que una revolución se está gestando entre sus cuatro paredes.

El tendido eléctrico en la India es muy precario y a veces en el taller se quedan sin luz dos días. Y a veces solo hay suministro de noche. No importa. Las mujeres centrifugan las fibras de madera a cualquier hora para lograr su objetivo y sacar adelante cientos de paquetas de compresas Fly para que las mujeres puedan volar muy alto.

En la aldea, a cuatro horas de los rascacielos y los centros comerciales de la capital, muchas chicas solo han visto las compresas por la tele. Por eso las trabajadoras se organizan en sesiones tipo tupperware para vender a domicilio las compresas Fly. "Dicen que si las llevas nadie se ríe de ti", asegura una adolescente. "En mi familia nadie las usa", dice otra chica. Al final de la reunión todas se van con una caja de toallitas. "180 rupias el primer día de venta!", resume una de las protagonistas del filme, satisfecha porque se ha ganado su primer sueldo. "Me sienta bien que me respeten", explica esperanzada. La revolución de las compresas no ha hecho más que empezar.