Las filtraciones que irritan y desesperan a Donald Trumpno solo afectan a lo relacionado con la investigación del Rusiagate. Su propia Casa Blanca es un coladero de información sobre cómo funcionan las cosas allí y el aluvión ha colaborado a retratar el 1600 de Pensilvania Avenue como el escenario de intrigas palaciegas y enfrentamientos de bandos que buscan influIr en el inexperto presidente. Y la última de esas batallas es la que se ha librado sobre el Acuerdo de París.

A un lado en esta lucha ha estado Ivanka Trump, hija y asesora del presidente, adalid de un movimiento para intentar convencerle de que no abandone el pacto global de lucha contra el cambio climático en el que también han participadoGary Cohn, director del Consejo Nacional Económico de Trump, yRex Tillerson, el secretario de Estado y exdirectivo de la petrolera Exxon Mobil. En el otro lado, el que ha buscado que Trump se salga de París, ha guiado la campaña de influencia Steve Bannon, el estratega jefe de la Casa Blanca, con la inestimable colaboración de Scott Pruitt, el exfiscal general de Oklahoma y vehementenegacionista del cambio climático que Trump puso al frente de la Agencia de Protección Ambiental (EPA).

CONTACTO CON AL GORE

La campaña de Ivanka empezó hace tiempo, cuando su padre aún no había tomado posesión del cargo. El 5 de diciembre, por ejemplo, se reunió en la Torre Trump con Al Gore, el exvicepresidente que recibió en el 2007 el Nobel de la Paz “por sus esfuerzos para desarrollar y diseminar más conocimiento sobre el cambio climático responsabilidad del hombre y por poner los cimientos de las medidas necesarias para contrarrestar ese cambio”. El diálogo que establecieron continuó más allá de la transición e Ivanka logró que su padre y Gore mantuvieran a principios de mayo una conversación telefónica.

En las últimas semanas, según le ha contado un cargo de la Administración a 'The New York Times', Ivanka ha intensificado sus esfuerzos para asegurarse de que su padre al menos escuchaba a quienes defienden mantenerse en París, entre quienes se cuentan también su esposo, Jared Kushner, y buena parte del sector empresarial estadounidense, que ha hecho llegar cartas y mensajes al presidente.

De hecho, incluso se delineó un plan que permitía a Trump no abandonar el acuerdo a la vez que debilitaba el compromiso en reducción de emisiones adquirido por Barack Obama. Uno de los argumentos con que trataban de convencerle era asegurándole que su permanencia se interpretaría como un gesto de buena voluntadque le daría más margen para negociar mejores incentivos económicos para los combustibles fósiles. Se confiaba también en que la presión internacional fuera fuerte en la reunión del G-7 y en que el peligro de perder peso mundial le desanimara de romper con el compromiso auspiciado por Naciones Unidas.

MANIOBRAS AGRESIVAS DE BANNON

A la joven, no obstante, parece que le queda mucho que aprender en cuestión de maniobras de influencia. Porque Bannon y Pruitttambién han maniobrado agresivamente en los últimos meses para convencer a Trump de que, una vez que ha empezado a desarticular las políticas de protección medioambiental de Obama, no tendría sentido mantenerse en el acuerdo de París. Le aseguran también que pagaría un precio político, pues decepcionaría a votantes a los que prometió en campaña “cancelar” el compromiso de EEUU con el pacto global.

Durante la últimas semanas, y conforme aumentaban las informaciones de que Trump podía decidir quedarse en París, losactivistas conservadores han inundado la Casa Blanca y según 'Politico' han sido Bannon y Pruitt quienes han trabajado sigilosamente entre bambalinas para asegurarse de que su opinión tenía más peso, aunque solo fuera por cantidad, a la hora de influir en Trump.

“Parte del debate ha sido puro teatro, para ayudar a que los moderados sintieran que podían dar su opinión”, le ha dicho a la publicación una persona que ha hablado con Pruitt. El administrador de la EPA "nunca ha tenido dudas de que Trump abandonaría" París.