Se busca turista, desesperadamente, si es posible chino y estadounidense, es decir rico, aunque es difícil que llegue. Por lo menos este año, según indican todos los especialistas del sector. El operador turístico del Vaticano (Opera Romana Pellerinaggi) mantiene las puertas cerradas y los monseñores deben de estar bien informados sobre las alarmas de un país ya preocupado por el cataclismo laboral que se avecina con el otoño. "El 2020 es un año perdido para el turismo", admiten en el sector. De ser así, el PIB anual perderá el 13%.

El ente público para el turismo (Enit), cuya misión es "vender Italia" en el extranjero, estima que "los turistas no italianos disminuirán del 55%, con una pérdida económica de 23.000 millones de euros". Esta semana, los vuelos hacia Italia eran menos del 91,4 %, respecto al pasado año. Fueron el 95% menos en abril y el 70% menos en mayo. En Bruselas se está librando una batalla con Donald Trump por los visados negados a extranjeros y, si la UE responde con la misma medida, Italia perderá cinco millones de turistas de aquel país.

Desde mitad de mes se puede volver a volar dentro del espacio Shengen, pero los aviones no llegan, o viajan medio vacíos, o las compañías, generalmente del norte europeo, cancelan los vuelos y se quedan con el dinero pagado por el cliente a cambio de un bono para un próximo viaje. Las compañías de bajo coste, que habían devuelto nueva vida y negocios a los destinos secundarios de la península, chantajean a las autonomías para que paguen más o descuenten más, de otro modo se irán, dicen, a otra capital. El ente para la aviación civil (Enac) ha avisado de que está preparando sanciones. El cisco es mayúsculo y el resultado el mismo: no hay turistas extranjeros (64 millones en 2019). Y tampoco hay dinero para financiar este singular capitalismo subvencionado de las compañías de bajo coste.

500 EUROS POR FAMILIA

En un alarde de realismo, el Gobierno ha aprobado 2.400 millones de euros para distribuir a las familias de hasta una cierta renta, a razón de 500 euros por núcleo. Para que viajen como turistas por el país. El bono está bien estudiado: el hotelero o restaurante descontará el importe del bonus y lo ingresará en su cuenta, utilizándolo para rebajarse los impuestos en la próxima declaración de la renta.

Naturalmente, los empresarios turísticos se oponen, porque esperaban ayudas directas, como si no supieran que, en el mejor de los casos, este año el déficit será del 10,4% y la deuda del estado alcanzará el 160% del PIB (a 170% Grecia se hundió), o que en tres meses se han perdido 500.000 puestos y otros 1.200 millones están por perderse en unos meses. Por lo que muchos patronos ya han anunciado que no aceptarán los bonos: prefieren no abrir los establecimientos y mantener a los empleados en erte u otras formas de paro subvencionadas por el Estado.

En la Basílica de San Pedro del Vaticano, los turistas transformados por un rato en peregrinos son cuatro gatos los domingos, cuando el papa Francisco habla desde la ventana. En los aledaños de los principales monumentos de Roma, se empiezan a oír de nuevo idiomas distintos al italiano, la mayoría hablados por jóvenes que se desplazan sin mascarilla, que en Italia no es obligatoria por la calle, a menos que no se pueda asegurar la distancia física de un metro.

Toda la geografía italiana sufre el mismo trauma turístico posvirus. La federación hotelera (Federalberghi) cifra en el 40% los hoteles que no abrirán hasta septiembre, con una descenso del 81% de las noches pagadas. Airb&B de Italia (31% ilegales sólo en Roma) empieza a ver los primeros forasteros , personas que viajan solas o en pareja. Los grupos llegarán en 2021, vaticinan los operadores, como Taipan, que trabajan con China.

Un corredor especial entre Rusia e Italia para traer turistas ha sido aplazado a 2022. El 50% de los hoteles de Venecia están vacíos. Por la desierta via Montenapoleone de Milán, la calle de las tiendas caras, pasaron 20.000 personas por día en 2019. Florencia perderá 900.000 noches de hotel. En Roma entre el 30% y el 40% de los hoteles permanece cerrado. Los cruceros no se atisban ni el horizonte.

El cataclismo turístico está alimentando una reflexión nacional sobre el turismo. "Con el ansia de ser competitivos, renunciamos a la calidad", escribe Carlo Petrini, presidente de Slowfood. "¿Qué turismo queremos?", se pregunta Gian Antonio Stella del Corriere della Sera, señalando a dedo el "turismo de alpargata, cruceristas y bárbaros en camiseta". Con el virus correteando, tal vez el Coliseo y Trevi ya no basten.