Son el rostro de la gloria pasada. La instantánea de un terremoto estadístico que refleja los tropiezos de la prosperidad económica de Italia. Una cifra récord de 792.000 personas —aproximadamente el equivalente a la población de Valencia— que, entre el 2008 y el 2016, hicieron las maletas y borraron sus nombres de los registros de los residentes en Italia. Más de 500.000 de ellos son ciudadanos italianos que se trasladaron a otros países europeos. Como primeros destinos: Alemania, Reino Unido, Francia. Los demás, mayoritariamente originarios del Este de Europa, regresaron a sus países -Rumanía, Polonia, Moldavia- por falta de oportunidades laborales.

Esta es la última radiografía demográfica de Italia, presentada esta semana en Roma, y basada en cifras del Instituto Nacional de Estadísticas (Istat) de Italia y del Observatorio de los Asesores Laborales del país. “En el año 2015 por primera vez en 90 años hemos notado una preocupante reducción en el número de residentes”, decía ya el año pasado Istat, viéndolo venir. Un goteo que empezó con la crisis económica y que no ha parado desde entonces. Fueron 889.000 los puestos de trabajo perdidos en Italia hasta el 2014, al tiempo que, en paralelo, quienes han logrado mantener sus empleos han visto cómo sus sueldos y condiciones de trabajo han empeorado.

Así, han comenzado a irse. Jóvenes y no tan jóvenes. Hombres y mujeres. En su mayoría, mano de obra europea cualificada. Como Maia Rossi, de 37 años, licenciada en Ciencias Ambientales y con un máster en Economía, quien hoy administra un restaurante en Londres. “Dejé Milán hace seis años porque la empresa británica en la que trabajaba en ese momento me ofreció una promoción. Acepté”, cuenta Rossi, que hace seis meses tuvo a su primera hija en el Reino Unido.

MEJORES CONDICIONES

También Silvia Decina quiso más. Un empleo mejor pagado. Emanciparse. Formar una familia. “Mi pareja buscó trabajo un año y medio en Italia, sin conseguirlo. Así que cuando encontró un empleo en Alemania, decidimos mudarnos los dos”, cuenta esta licenciada en Química que hace poco consiguió un contrato indefinido con una financiera. “¿Increíble, verdad? No me preguntaron ni cuántos años tenía, ni si estaba casada o ni si quería hijos...”, dice esta mujer, cuya hermana vive en París, mientras que su cuñado está en Londres.

Como ella está Lucia Ferrantini, quien hace dos años echó cálculos. Se trataba de priorizar. Mirar hacia el futuro. Y se fue a Berlín. “Me fui de Italia porque trabajaba muchas horas, con un contrato de tiempo parcial y como autónoma, y no alcanzaba más que para pagarme una habitación en un piso compartido. ¡A los 36 años!”, cuenta. “En Berlín, los precios son más bajos y los salarios más altos”, afirma.

La recompensa, en efecto, no es baladí. Los italianos cualificados que emigran hacia el norte de Europa cobran a fin de mes entre un 29% y un 48% más de sueldo, según los estudios. Todo ello, mientras en Italia el paro juvenil sigue manteniéndose en un 40%, a pesar de que en los últimos dos años la economía se haya recuperado ligeramente. “¿Por qué deberíamos quedarnos? ¿Por la familia y el sol?”, afirma Silvia, subrayando que se trata de un sentimiento común para su generación. “En Italia muchos de nosotros hemos tenido la sensación de que todo estaba perdido”, añade esta joven quien, en otro momento de su vida, también trabajó para un importante político italiano.

CIUDADES INVIVIBLES

“Pero no es solo la crisis lo que nos motiva a irnos. También está que ciudades como Roma se han vuelto espacios invivibles, en los que reina el caos y la gente está cada día más enojada”, añade otro joven, Andrea Ferranti, que vive en Barcelona desde hace cuatro años. “Una de las novedades de este nuevo éxodo es que los que más emigran ahora son jóvenes con títulos universitarios, que hablan idiomas y han estudiado en el norte de Italia. Antes los que emigraban eran del sur”, explicaba recientemente el sociólogo Ettore Recchi, de Instituto de Estudios Políticos de París.

Aunque los del sur, en verdad, sí siguen emigrando pero internamente, hacia el norte del país. Unos 380.000 lo hicieron en el mismo período en el que sus colegas se fueron al extranjero. Unas migraciones de masa que nadie parece explicarse completamente y nadie quiere comentar demasiado. Tanto que esta semana la noticia ni aparecía en las ediciones impresas de los diarios italianos de mayor difusión. Ni la política parece entenderlos. “Sé que hay gente que se ha ido al extranjero, pero este país no sufrirá por ellos”, llegó a decir en diciembre el ministro de Trabajo italiano, Giuliano Poletti. Enfureciendo a muchos. Eso sí.