Alexandria Ocasio-Cortez era una desconocida hace solo unos meses: una activista comunitaria que pagaba las facturas trabajando de camarera en su barrio del Bronx. Sin más bagaje político que su trabajo para la campaña de Bernie Sanders en el 2016, ahora se la rifan las televisiones y, cada vez que apoya a un candidato, las donaciones del elegido se disparan como si hubiese recibido la bendición papal. Con solo 28 años, Ocasio-Cortez se ha convertido en la nueva estrella emergente del Partido Demócrata, una supernova latina como no se veía desde el ascenso de Barack Obama. El mes pasado se impuso en las primarias demócratas a uno de los pesos pesados del partido en el Congreso y en noviembre competirá por un escaño en Washington. Lo hará con un carnet de los Socialistas Democráticos de América, una afiliación que hace solo unos años la habría condenado a la irrelevancia.

Ocasio-Cortez es la figura más mediática de los activistas demócratas que están desafiando a la jerarquía del partido con un discurso desacomplejado de izquierdas, una nueva generación imbuida por el fuego populista de Sanders e impulsada por las organizaciones de base que conforman la llamada «resistencia» contra Donald Trump. «Hemos derrotado al aparato [demócrata] con un movimiento», afirma la neoyorkina, que aboga por transformar el partido en el instrumento de la «clase trabajadora» y sin lazos con los grandes intereses económicos.

REENCONTRAR LA IDENTIDAD / Sus propuestas van bastante más allá de la doctrina oficial del partido. Ocasio-Cortez y otros como ella abogan por la sanidad pública universal, la universidad gratuita, un New Deal para promover las energías renovables y por acabar con ICE, la agencia que conduce las redadas contra los inmigrantes sin papeles.

En juego está el alma del Partido Demócrata, que trata de reencontrar su identidad tras el desastre de las últimas elecciones. Los republicanos controlan hoy la Casa Blanca, las dos cámaras del Congreso, el Tribunal Supremo y la mayoría de los parlamentos estatales y de gobernadores. El nivel de representación demócrata está prácticamente en el punto más bajo del último siglo. Esa indigencia política, unida al rechazo visceral que Trump y su agenda generan en la América progresista, está favoreciendo el auge de la izquierda más combativa.

«No hay duda de que se están presentando más candidatos populistas de izquierdas que en anteriores ciclos electorales. Es un reflejo del apoyo que Sanders obtuvo en las últimas elecciones y del hambre de propuestas ambiciosas entre las bases», dice Roger Hickey, codirector de Campaign for America’s Future, una organización progresista que impulsa a candidatos de ese mismo perfil ideológico. Así es al menos en algunos estados y distritos. En los más conservadores, son generalmente mujeres de clase media y perfil más moderado las que tratan de tomar las riendas. Un récord de candidatas demócratas competirá en noviembre por las legislativas. «Más que la ideología, lo que motiva a estas nuevas lideresas es el espanto por lo que Trump y los suyos están haciéndole al país. Desde los ataques contra el aborto a las simpatías del presidente hacia los supremacistas blancos», añade Hickey.

BATALLA INTERNA / En las primarias demócratas y las elecciones especiales celebradas hasta ahora, los sectores pragmáticos llevan por el momento la delantera, pero la batalla interna arrecia. En Massachusetts, Ayanna Pressley, la primera mujer negra en ser elegida para el Consejo Municipal de Boston, desafía al veterano congresista Michael Capuano. Y lo hace con un discurso feminista y de izquierdas. «La desigualdad económica, la brecha salarial, el racismo estructural y la violencia armada son producto de las decisiones políticas», sostiene Pressley. «Los hombres manufacturaron esas políticas y ahora las mujeres pueden perturbarlas».

En Nebraska, la neófita Kara Eastman desbancó a un excongresista demócrata en las primarias y competirá por un escaño de diputada contra un republicano. Su campaña giró en torno a la sanidad universal, la subida de los impuestos a las rentas más altas y la legalización de la marihuana. Siguiendo ese mismo molde han surgido otros candidatos como Brent Welder, Susan Wild y Saira Rao, una abogada y activista de origen indio, que cuestionan la timidez ideológica del partido. «Estoy cansada de oír que los demócratas no tenemos sangre ni principios claros. Eso se ha acabado», subraya Eastman. Todos ellos tienen ya en el Congreso a legisladores con una vena ideológica semejante: Elisabeth Warren, Sanders, Kamala Harris, Cory Booker y Kirsten Gillibrand, nombres que suenan como posibles candidatos para las presidenciales del 2020.

ARGUMENTO ENDEBLE / Entre la jerarquía demócrata en Washington cunde la preocupación, dos años después de que el ala populista liderada por Bernie Sanders estuviera cerca de arrebatarle la nominación a Hillary Clinton, una candidata a la postre desastrosa. Esgrimen que el electorado estadounidense tiende a castigar los extremos, pero es un argumento endeble a tenor de lo sucedido en los últimos años. La rebelión interna del Tea Party permitió a los republicanos recuperar las dos cámaras del Congreso entre el 2010 y el 2014, por más que algunas de sus vacas sagradas perdieran el poder. Y lo mismo pasó en el 2016 con la victoria de Donald Trump, una estrella de la televisión que triunfó con propuestas bastante alejadas del consenso y la promesa de dinamitar la vieja política conservadora.

Muchos demócratas piensan que la victoria en noviembre, donde tienen muchas opciones de recuperar al menos la Cámara Baja del Congreso, pasa por emular el populismo de Trump, que se apropió de una corriente que en EEUU había abanderado fundamentalmente la izquierda hasta entonces.

«Trump ganó presentándose como un hombre del pueblo, por más que haya capitulado a los intereses corporativos y no le importe la gente. Es lo que tienen que hacer los demócratas. Necesitan demostrar que quieren trabajar duramente para aquellos que han perdido la confianza en el futuro», dice el activista Roger Hickey.