El emperador Akihito se retira hoy a los 85 años después de tres décadas de intachable servicio a su país, a la dinastía imperial y a la paz. Le relevará su primogénito, Naruhito, el inminente emperador número 126 de la dinastía más antigua del mundo. De Akihito se recordará su tesón por cicatrizar las heridas causadas por el imperialismo japonés, por humanizar el trono del Crisantemo y por su renuncia en vida.

El emperador ha superado un cáncer, una neumonía y problemas cardiacos. Dos años atrás pidió el plebeyo derecho a la jubilación por la incompatibilidad de los rigores de la agenda oficial con su declinante salud. No escasean sus antepasados que cambiaron el trono por un monasterio budista cuando su vida agostaba, pero la historia moderna exigía que se marcharan con su último aliento. Su abdicación es la primera en dos siglos y ha soliviantado a intelectuales nacionalistas y otros guardianes de las esencias que temen un debilitamiento de la institución a largo plazo.

La posibilidad ni siquiera estaba contemplada por la ley y el Parlamento tuvo que elaborar una que regulara la figura del emperador emérito. Es más que probable que Akihito pretendiera evitar aquel circo mediático de rumores y especulaciones que acompañó los últimos meses de vida de su padre, Hirohito. Ha sido la última victoria sobre los tradicionalistas del primer emperador japonés que se casó con una plebeya y que ha impuesto su incineración frente al acostumbrado entierro.

DISCURSO DE 10 MINUTOS

Su abdicación consistirá en un discurso a la nación de apenas diez minutos antes de despedirse de la Guardia Imperial, el personal de palacio y asistentes personales. Mañana entregará a Naruhito las pertenencias asociadas al cargo como la espada o las joyas imperiales.

Disfrutará después del descanso que recomienda su edad. «Su Majestad está completando sus deberes con toda su fuerza hasta el último día de su reinado», aclaró ayer la Casa Imperial.

Japón dejará atrás la era Hesei («alcanzar la paz», en una traducción aproximada) que ha caracterizado el paso por el trono de Akihito y entrará en la era Reiwa (algo parecido a «paz afortunada») de Naruhito. El gengo o nombre de la era que acompaña el reinado de un emperador fue revelado semanas atrás con la liturgia que merece una institución milenaria. El nombre se entiende como la oportunidad para un formateado mental colectivo.

La subida al trono de un emperador es un acontecimiento que muchos japoneses solo ven una vez en su vida y en el país se palpa la electricidad de las citas con la historia.

El Gobierno ha concedido unas vacaciones de diez días que atentan contra la cultura del esfuerzo nacional y se venden todo tipo de productos relacionados, incluso unas latas «con aire de la era Hesei» de recuerdo.

El llamado «emperador del pueblo» se esforzó en honrar la gastada etiqueta. Desempeñó con entusiasmo el carácter humano que impuso Estados Unidos a los emperadores tras la derrota de la segunda guerra mundial, expresó sus opiniones mundanas y reconfortó a las víctimas de los desastres naturales.

PERDÓN POR LAS GUERRAS

También ofreció sus ejemplares disculpas por los desmanes de las guerras justificadas en el nombre de su padre en un necesario contrapeso a la deriva militarista del primer ministro, Shinzo Abe.

Deja una institución sólida y respetada que solo está amenazada por la escasez de herederos varones. La modificación de la ley sálica es una tarea de la era Reiwa.