La pandemia del coronavirus ha acelerado la vuelta al campo de muchos jóvenes italianos, una tendencia que ya se había manifestado en los últimos años. Como consecuencia del virus, el sector agrícola ha ralentizado o disminuido la actividad -las pérdidas ascienden a 12.000 millones- de más del 50% de las 730.000 empresas agrícolas del país, según la asociación de agricultores por cuenta propia (Coldiretti), que cuenta con 1,3 millones de afiliados. "Se trata de una histórica vuelta a la tierra", afirman en la asociación.

Dentro de unas semanas Ismea, un ente público que financia la compra de tierras para la agricultura joven con créditos de bajo interés y a largo plazo (30 años), subastará 386 terrenos para los que se han presentado 1.709 solicitudes. El ente cuenta con 70 millones de financiación para contribuir a esta vuelta a la tierra. Stefanio Leporati, presidente de Ismea, añade que "con el covid-19 el interés ha aumentado porque, con el cierre de las fronteras, se ha entendido la importancia de contar con circuitos de producción que sean 100% italianos". Además de las solicitudes presentadas, otros 4.000 jóvenes italianos, que ahora perciben lo que se conoce como "renta de ciudadanía"-una especie de sueldo asistencial a fondo perdido- también han pedido un trabajo como agricultores a la asociación nacional de los grandes agricultores.

Entre los aspirantes, no hay sólo hijos o nietos de agricultores, sino también ingenieros, arquitectos, exempleados, licenciados en ciencias políticas, neoabogados, psicólogos novatos, entre un largo etcétera. El común denominador es doble. "No conseguíamos aceptar los esquemas y reglas de la ciudad", dice Fabiana Moscato, que junto con su compañero Francesco se han hecho con un refugio y campos anexos en los Apeninos centrales (Bolonia), donde han llevado a cabo un singular confinamiento.

Avances tecnológicos

"Desde el comienzo de la pandemia hemos recibido una marea de solicitudes de jóvenes que querían poner en marcha una empresa agrícola", explica Veronica Barbati, presidente de los jóvenes agricultores por cuenta propia. Barbati subraya que ya no "se trata de estar en los campos de la mañana a la noche con la azada en mano, sino que la tecnología -riegos, controles a la distancia, drones- está dándole la vuelta al sistema de producción de antes".

El ministerio de Agricultura y las asociaciones de agricultores cifran en 55.000 las empresas agrícolas del país llevadas por jóvenes menores de 35 años, con una aumento anual de un 6%, lo que convierte a Italia en el país con más agricultores jóvenes de la Unión Europea. Se insertan en un sector que factura, en su globalidad, 538.000 millones de euros anuales y emplea a 3,6 millones de personas. Junto con Francia, Alemania y España, Italia es uno de los países que más incentiva la agricultura nacional.

En un simposio sobre esta cuestión, un anciano agricultor explicó que "antes se hacía el agricultor para no estudiar, mientras que ahora se estudia para trabajar la tierra". El Observatorio Smart Agrifood del Politécnico de Milán estima que la agricultura que usa tecnología, la llaman 4.0, ha alcanzado 450 millones de euros de facturación, con un incremento anual del 22%. Raffaele Borriello, director general de la asociación de grandes agrucultores (Ismea), ilustra que su entidad está comprometida a facilitar también servicios a las empresas que desean adoptar las técnicas de la agricultura de precisión, pero que "tal vez no se lo pueden permitir”. Así se consigue, según Borriello, "una mayor producción, un ahorro de los recursos hídricos y energéticos, además de obtener alimentos más saludables".

Mujer joven y agricultora

A través de la asociación, Beatrice Pirazzini, a tan solo 24 años, ha conseguido comprar 12 hectáreas de tierras. "Papá es agricultor y me ayuda, pero yo quería una empresa agrícola toda mía", dice. Los presupuestos del Estado para este año prevén la concesión inicial de 15 millones de créditos a 15 años para empresas agrícolas llevadas por mujeres.

Según Carlo Petrini, fundador y presidente de Slowfood, "el miedo a quedarse sin alimentos, la consecuente voluntad de ser al menos en parte productores de lo que se come y el sufrimiento por la clausura forzada en casas rodeadas de cemento, han revalorizado el trabajo en el campo". "Nos dimos cuenta de que allá, en el valle, faltaba algo", reconoce Fabiana, refugiada ya en los Apeninos centrales.