La pesadilla puede hacerse realidad: dos potencias nucleares están al borde de la guerra. La disputada región de Cachemira ha vuelto a desatar un conflicto entre la India y Pakistán, pero hoy, según el SIPRI (Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo), los vecinos tienen cada uno de ellos entre 130 y 150 cabezas nucleares, suficiente para destruirse mutuamente varias veces.

La desastrosa partición de la joya de la corona del Imperio británico provocó ríos de sangre antes y después de aquel 15 de agosto de 1947 y convirtió la idílica región cachemira, situada a los pies de la cordillera del Himalaya, en la chispa que una y otra vez incendia las relaciones entre los dos países. Poblada mayoritariamente por musulmanes, pero gobernada por un maharajá hindú que rechazó unirse a Pakistán como hicieron los demás estados autónomos de población islámica, la primera guerra comenzó apenas dos meses después de la independencia y finalizó en 1948 con un alto el fuego y una línea de control vigilada por Naciones Unidas y existente hasta hoy. La región quedó dividida con un tercio en Pakistán, casi otros dos tercios en India y el resto bajo control de China, lo que en 1962 provocó un choque armado con India, que sigue sin reconocer la soberanía china.

Hasta ahora, los enfrentamientos entre India y Pakistán se han limitado a las zonas donde se produjo el estallido: Cachemira (1947-48, 1965 y 1999 -este reducido al distrito de Kargil-) y Bangladés (el antiguo Pakistán Oriental, que se independizó con el apoyo indio en 1971). El temor, sin embargo, es que no sean capaces de controlar la furia y se hundan en una guerra total en la que recurran al arma nuclear para avanzar en sus fines.

Pakistán inició su programa atómico al año siguiente de perder Bangladés y en 1998 realizó cinco pruebas subterráneas con éxito. India lo puso en marcha en 1967 y en 1974 hizo su primera prueba. Los dos países firmaron en 1972, el acuerdo de Simla por el que se comprometían a resolver sus diferencias de forma pacífica y en el marco de Naciones Unidas, pero en Kargil se demostró que era papel mojado.

Desde la aparición en 1989 del Frente de Liberación de Yamú y Cachemira, que pretende independizar la Cachemira india o sumarla a Pakistán, los abusos del Ejército indio en la zona se han multiplicado, el ambiente se ha enrarecido y la situación se ha hecho irrespirable para muchos jóvenes que no tienen trabajo ni esperanza de futuro. La infiltración de radicales paquistanís para cometer atentados solo añade gasolina al fuego, como muestra la decisión del nacionalista hindú Narendra Modi -en campaña para la reelección en mayo- de penetrar en el país vecino para bombardear los campos de entrenamiento de Jaish-e-Mohammad, el grupo que se ha atribuido el ataque suicida que hace dos semanas mató a 44 soldados indios. Pakistán no se arredra y ha derribado dos cazas indios.

Es hora de que los dos países dejen de jugar a la guerra. Con armas nucleares no valen insensateces, ni políticos que busquen rédito en las acciones militares. Se necesitan cabezas frías y diálogo. Un error de cálculo dejaría su huella pavorosa en todo el planeta.