Cuando el pastor evangélico estadounidense Andrew Brunson fue detenido en octubre del 2016, Turquía lo acusó de intentar desestabilizar el país: de colaborar con el intento de golpe de Estado y de ayudar a la guerrilla kurda del PKK. Ahora, casi dos años después, lo que precisamente desestabiliza el país es su arresto, que está causando una debacle en la economía turca. Donald Trump está, según la Casa Blanca, furioso con las acciones del Gobierno de Recep Tayyip Erdogan, aliado de la OTAN desde la década de los 50. Erdogan acusa a Trump de intentar meterse en los asuntos internos de otro país y, mientras tanto, Brunson sigue detenido: hasta el 25 de julio de este año en la cárcel; desde entonces, en arresto domiciliario.

Y así seguirá, como mínimo, hasta el 12 de octubre, cuando se celebrará la siguiente vista del caso, porque ayer un juez turco rechazó, otra vez, su puesta en libertad. Brunson llevaba una pequeña comunidad cristiana evangélica de unas 30 personas en la ciudad de Izmir.

Quien sí que quedó libre ayer fue el presidente de Amnistía Internacional en el país, Taner Kiliç. Llevaba 14 meses en la cárcel por motivos parecidos a los de Brunson. Pero el arresto del pastor evangélico está causando estragos: la economía turca no está en muy buen estado -la inflación interanual se sitúa en el 15% y la deuda privada es altísima- y la crisis con EEUU no ha hecho ningún favor. La lira turca ha perdido el 20% de su valor en un mes. El 15 de julio, un euro equivalía a cinco liras. Ahora equivale a siete. La semana pasada, la moneda turca cayó estrepitosamente cuando el presidente estadounidense entró en Twitter y anunció una subida de los aranceles al acero y aluminio turcos. Trump empujó la lira turca, ya en caída libre.

Erdogan catalogó la medida de Trump de guerra comercial y subió la apuesta. Anteayer llamó a los turcos a boicotear los productos electrónicos estadounidenses y a cambiar dólares por liras. «Hay un ataque económico abierto contra Turquía.Tomaremos medidas».