Héctor Gallo no figura en el panteón de los héroes de la Revolución cubana. No tiene plazas ni calles a su nombre. No tiene una pensión especial. Ni siquiera tiene una medalla agradeciéndole sus servicios. Pero es posible que sin este hombre de mente lúcida y palabra a borbotones, a pesar de sus 93 años y la silla de ruedas en la que se mueve por su casa de Alamar, la Revolución cubana hubiese sido poco más que un parpadeo de cuatro telediarios.

En enero de 1961, Gallo averiguó los planes de EEUU para derrocar al Gobierno de Fidel Castro en la frustrada invasión de Bahía de Cochinos, una información que transmitió a La Habana y permitió al Ejército cubano abortar la sorpresa de la Administración de Kennedy. «Nunca esperé más que la satisfacción del deber cumplido», dice con extrema modestia.

Gallo era un barbero de un pueblo a las afueras de La Habana cuando la Revolución fue a buscarlo, apenas nueve meses después de la entrada de los barbudos en la capital. «Me dicen así estas palabras: ‘Ya no eres barbero, ahora eres diplomático. Nos quieren joder y hay que saber cuándo, cómo y por dónde. Te vas de encargado de negocios para Paraguay’», cuenta desde su casa, una suerte de museo repleto de máscaras, amuletos y arte. En Paraguay, Gallo convenció a sus jefes tras darle largas a la CIA cuando trató de reclutarlo. Decidieron entonces mandarlo a Panamá, pero en el último momento se cambió el destino y el 23 de diciembre de 1960 partió hacia San José de Costa Rica.

«Los planes de agresión estaban muy adelantados. Ya sabíamos que tenían campos de entrenamiento en Nicaragua. Es Somoza quien les pide que le lleven un pelo de la barba de Fidel». Un día de enero de 1961 apareció en la embajada un «hombre con pinta de gay y marihuanero». Decía tener un hijo enfermo y quería venderle información. «Yo tenía órdenes de no comprar nada, así que saqué la cartera y le di la mitad del poco dinero que tenía para que cuidara de su hijo». El hombre se había identificado como un mensajero entre Miami y los paramilitares entrenados por la CIA en Nicaragua.

Aquel gesto ablandó al informante, que decidió entregarle gratis lo que traía. Era un sobre blanco y sin rotular con un mensaje cifrado en un código que el mismo informador le entregó después. «El cable decía: punto de salida Puerto Cabezas (Nicaragua) y lugar de desembarco Bahía de Cochinos en las primeras horas de la madrugada de tal día». Esa fecha (17 de abril de 1961) y aquellas coordenadas quedarían para la historia como una de las mayores humillaciones de la política exterior estadounidense del siglo XX, un episodio que sirvió también para barnizar la mitología de la naciente Revolución cubana.

Como todos los cubanos no está ciego ante la penuria que rige la vida de la isla y, aunque en gran medida la atribuye al embargo de Washington, apremia al nuevo liderazgo a hacer los ajustes que hagan falta. «La Revolución tiene que cambiar porque, si no, desaparece y la Revolución es eterna».