En las relaciones entre Occidente y el Kremlin, una expulsión de diplomáticos siempre ha sido respondida con una medida análoga por el país afectado. Y esta escalada de tensión por el envenenamiento del exagente ruso Serguéi Skripal, exiliado en el Reino Unido, no va a ser una excepción.

El ministro de Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, adelantó ayer que su Gobierno «muy pronto» anunciará el despido de parte del personal británico que trabaja en las representaciones del Reino Unido en territorio ruso, en declaraciones recogidas por Ria-Nóvosti. Las acusaciones de Londres «son totalmente groseras», subrayó el mandatario, quien indicó que las medidas de represalia, antes de hacerse públicas, se comunicarán a las autoridades de Londres.

En una rueda de prensa, la portavoz Maria Zajárova apuntó en la misma dirección y también consideró como muy próximo la difusión de la respuesta del Kremlin, que, según sus palabras, se encuentra en fase de «preparación».

Dureza del vocabulario / Pese a la dureza del vocabulario empleado en las declaraciones oficiales de ambos países, por el momento, la primera ministra británica, Theresa May, ha querido mostrar un cierto grado de contención, con expulsiones de personal en las embajadas y consulados y suspensión de los contactos bilaterales. Los expertos creen que se puede infligir un gran daño a la clase dirigente rusa y al entorno del presidente Putin imposibilitando o dificultando las inversiones de oligarcas rusos en Londres, una ciudad que tradicionalmente les ha atraído, tanto por sus mercados financieros como por su mercado inmobiliario.

El propio Alekséi Navalny, bloguero anticorrupción y la principal figura de la oposición, se pronunció en este sentido en un artículo publicado en la prensa británica, y mencionó nombres como Roman Abramóvich, propietario del club de fútbol Chelsea, e Ígor Shubálov, un viceprimer ministro con inversiones en territorio británico.

La escalada verbal entre ambos países se produce a pocos días de unas elecciones presidenciales cuyo vencedor, Vladímir Putin, ya se conoce de antemano. Sin embargo, las autoridades rusas temen que una baja participación reste legitimidad al triunfo del actual presidente. En Rusia y la URSS, la retórica del enemigo exterior ha tenido, tradicionalmente, el efecto de ocultar los problemas internos y aunar a la ciudadanía en torno a sus autoridades.