La segunda ronda de debates entre aspirantes demócratas a lograr la nominación presidencial para enfrentarse a Donald Trump en noviembre de 2020 que se celebraron el martes y miércoles en Detroit han dejado escasas conclusiones definitivas. Una, no obstante, es clara y trascendental: la veda que se ha levantado en lo que se refiere a cuestionar abiertamente los dos mandatos e incluso el legado de su último presidente: Barack Obama.

Hasta las citas en Detroit el cuestionamiento a Obama era, sobre todo, indirecto. Tanto en la primera ronda de debates de junio en Miami como en actos de campaña y entrevistas los candidatos centristas, desde Corey Booker a Pete Buttigieg, habían marcado diferencias, pero sin citar al mandatario. Y el mayor reto a su legado lo ha planteado la agenda decididamente progresista de Bernie Sanders y Elizabeth Warren, dos de los favoritos. Sin necesidad de citar a Obama, ponen sobre la mesa propuestas que conectan con el giro a la izquierda que vive la formación, donde por primera vez la mayoría de los votantes (51%) se identifican como «liberales». Ese porcentaje era del 38% cuando Obama llegó al Despacho Oval en el 2008.

El miércoles, con Joe Biden como protagonista del segundo debate en Detroit, todo cambió. Los múltiples ataques al exvicepresidente, que va primero en los sondeos, se convirtieron por primera vez colateralmente en un asalto directo a partes muy específicas de la presidencia de Obama como los tres millones de deportaciones de inmigrantes, la firma de tratados comerciales internacionales o la presencia militar en Afganistán.

CAMBIO CLIMÁTICO

En la diana se pusieron, además, logros de la presidencia como la reforma sanitaria, demasiado tímida para la propuesta actual de hacer la sanidad pública gratuita universal que plantea el ala más progresista y que abrazan también candidatos de centro izquierda como Kamala Harris. Y cuando Booker atacó a Biden diciendo que su promesa de volver a firmar el Acuerdo de París para combatir el cambio climático del que Trump sacó a EEUU no merece siquiera aplauso porque es algo tan básico que es «de parvulario», se podía intuir la minimización de la importancia del paso que en su día dio Obama.

Para muchos demócratas se trata de un giro arriesgado y peligroso. «Cuidado con atacar el historial de Obama», escribió en Twitter Eric Holder, su primer fiscal general. «Construid sobre él, pero hay poco que ganar, atacando a un presidente muy exitoso y aún muy popular».

Incluso algunos estrategas republicanos se han mostrado sorprendidos. Tim Miller, que trabajó con Jeb Bush, ha definido en Político de «alucinante» presenciar los ataques a Obama «cuando sigue siendo muy popular, Trump no lo es y el objetivo de todo esto es ganar a Trump. David Polyansky, que asesoró a Ted Cruz, destacó que «parecía haber más ataques a políticas y prácticas de la Administración de Obama que de la Administración de Trump hoy».

Ayer, candidatos como Booker defendían esta nueva estrategia y el senador por Nueva Jersey aseguró que se trata solamente de «una conversación honesta sobre una administración» que alabó como «increíble».

El propio Obama, que de momento se mantiene alejado de la precampaña, ha demostrado ser consciente de que su legado, sometido ya al acoso y derribo de Trump y los republicanos, también está en juego en la pelea intestina de su partido. Y en abril, en un acto político en Berlín, lanzó su propia defensa. «A veces me preocupa que entre progresistas en EEUU hay cierta rigidez (...) y empezamos a veces a crear lo que se llama un escuadrón de fusilamiento circular en el que empiezas a disparar a los aliados porque uno de ellos se está alejando de la pureza en los temas», dijo, advirtiendo también de que las peleas internas pueden llevar al «debilitamiento del movimiento». «Hay que reconocer que la forma en que hemos estructurado la democracia requiere que tomes en cuenta a gente que no está acuerdo contigo», dijo en defensa de sus esfuerzos en la Casa Blanca. Tras los debates de esta semana, Biden, el máximo representante del legado de Obama, sigue siendo favorito, aunque ha salido algo debilitado. El resto de los aspirantes mejor posicionados en los sondeos son quienes más rompen con ese pasado: radicalmente en el caso de Sanders y Warren y más moderadamente en el de Harris, Booker y Buttigieg.