Sarmada, de 30 años, está atrapada en un túnel que ella y su familia ha excavado en el sótano de su casa. Allí, ahora, convive hacinada con 60 vecinos. En un sótano de 70 metros cuadrados. «Lo hemos hecho nosotros y no es demasiado seguro», dice esta profesora a este diario. Como todo el mundo en Guta, Sarmada tiene miedo a salir a la calle. Hacerlo estos últimos días, explica, es casi muerte asegurada. «Lo bombardean todo: hospitales, mercados, médicos, equipos de rescate, calles. Todo. Llevamos cinco años viendo cada día la muerte delante de nuestros ojos. Ese es el objetivo de Asad y de Rusia. Y va a peor», dice.

«Cada minuto que…». Sarmada para de hablar. Durante unos segundos no dice nada. Escucha. «Dios, justo ahora hay un helicóptero ruso encima de nuestra casa», dice al otro lado del teléfono. Y retoma: «Cada minuto que pasa hay más muertos. Cada vez más. Esto es insoportable».

Los últimos bombardeos de Guta forman parte de la que parece ser la ofensiva definitiva de Damasco para tomar la región después de casi cinco años de cerco. Como primera fase, Asad intensifica los bombardeos sobre la población civil. Después vendrá la operación terrestre con soldados que, según el Observatorio Sirio por los Derechos Humanos (OSDH), ya están tomando posiciones y rodeando la región.

Los números son brutales: «Solo hoy la aviación de Asad ha lanzado 300 proyectiles. Desde el domingo, más de 1.000», explica Firas, también atrapado en Guta. «Solo salgo del refugio dos minutos al día. Para ver si atacan más. Mi casa la destruyeron hace tres semanas», dice el joven, que explica que desde el inicio de la revolución ha perdido a 20 miembros de su familia.

Ayer llovió en Guta. Los aviones, cuando hace mal tiempo, no pueden bombardear. Así que esta jornada, a diferencia de las cuatro anteriores, las peores que nunca ha vivido Guta, no hubo bombardeos aéreos. Pero eso, al régimen de Asad, le da igual: si no puede bombardear por aire tendrá que hacerlo por tierra.

Así que ayer, Damasco atacó Guta con morteros y artillería: con cohetes tierra-tierra. Por ello, murieron 70 civiles más. En total, desde el domingo, solo cinco días, la cifra llega a 425. Más de 150 de ellos son niños, según el OSDH. Los muertos superan el millar desde el 1 de enero.

En Guta viven ahora 400.000 personas, atrapadas y sitiadas desde el 2013. En la región -única en la provincia de Damasco bajo control rebelde- ni la comida ni las medicinas pueden entrar con normalidad. Solo las bombas, lanzadas por Asad y su aliado, Rusia. Ambos niegan que los civiles estén muriendo. El mundo clama lo contrario. El secretario general de la ONU, António Guterres, ha pedido una tregua inmediata. Merkel, reclama el «fin de la masacre»; y Médicos sin Fronteras denuncia que, en los últimos bombardeos, 13 de sus hospitales han sido destruidos o dañados.

El padre, el tío y varios primos de Sarmada han resultado heridos por los bombardeos. Ella sufre: sin comida y medicinas teme no poder ayudarles. «Gracias a Dios su vida no corre peligro, pero no tienen nada de comer. Solo tenemos algo de pan. Y no todos los días», explica.

El conflicto en Guta parece a punto de terminar. Cuando Asad la conquiste, se supone, las bombas acabarán. Pero la vida no volverá a la normalidad. «Si toman Guta nos van a matar a todos -dice Firas-. La televisión del régimen dice que todos los civiles que estamos aquí somos o terroristas o ayudamos a terroristas. Aunque dejen de bombardear y nos conquisten, esto no acabará. No acabará nunca».

«Tras matarnos de hambre -afirma Sarmada-, y bombardearnos tanto tiempo, nadie dejará que Asad gane. Vivimos atrapados. Solo podemos pedir a Dios que nos proteja. Espero que el mensaje llegue».