Era mucho lo que se jugaba Emmanuel Macron. Era un momento decisivo de su mandato y sus palabras tenían que aplacar la cólera que recorre el país desde hace un mes con medidas concretas, inmediatas y tangibles para mejorar el nivel de vida de los franceses. Tras un largo silencio de diez días, el presidente francés se dirigió ayer a la nación a través de un mensaje televisado y grabado en el Elíseo que arrancó con las notas de La Marsellesa. Macron comenzó hablando del desorden de las manifestaciones en las que se han mezclado «reivindicaciones legítimas y una violencia inadmisible» y pidió el regreso a «la calma y el orden republicano».

Pero no minimizó la exasperación de los chalecos amarillos y sorprendió con el primero de sus anuncios: la subida de 100 euros del salario mínimo (actualmente de 1.498 euros brutos al mes) a partir del 2019. «Queremos una Francia donde podamos vivir dignamente del trabajo», dijo Macron tras decretar «el estado de urgencia económica y social». El presidente dirigió su siguiente gesto a los jubilados con una pensión inferior a los 2.000 euros al mes. El Gobierno anulará el aumento de la contribución social generalizada, una subida impositiva que había sacado a los jubilados a la calle mucho antes de que lo hicieran los chalecos amarillos.

«El esfuerzo que se les ha pedido era demasiado importante», admitió Macron. También ha pedido a las empresas que puedan hacerlo pagar una prima extra de fin de año por la que no cotizarán.

La cuarta medida fue que las horas extraordinarias no tributarán a partir del 2019. Como se esperaba, no ha corregido la decisión de suprimir el Impuesto sobre la fortuna (ISF) que muchos ven como una especie de pecado original y un regalo a los ricos. A juicio del presidente, reinstaurar ese tributo debilitaría al Estado.

El presidente no sólo tenía que dar una respuesta concreta sino acertar en el tono de su discurso. Demostrar que había entendido las raíces del malestar y el rechazo de los chalecos amarillos a su forma arrogante de ejercer el poder, su desprecio por las clases populares y su desconexión de la realidad del país. Debía entonar algún un mea culpa para empezar de cero a tejer de nuevo su relación con la ciudadanía.

CAMBIO DE MÉTODO

Macron asumió su parte de responsabilidad por no haber dado en año y medio respuesta a un malestar que viene de lejos, reconoció haber «herido» con sus palabras a algunos ciudadanos pero, ante quienes cuestionan su permanencia en el Elíseo, quiso dejar claro que su legitimidad nacía de los franceses. «Si he batallado para revolucionar el sistema político es porque creo más que nada en nuestro país y porque lo amo», ha señalado.

En los trece minutos que duró su alocución, se percibió un cambio de método para gobernar primando el diálogo con los actores sociales, a los que ahora ha mantenido al margen de sus reformas. Macron se comprometió a abordar con ellos desde la ley electoral hasta el equilibrio fiscal, pasando por el cambio climático, la organización del Estado y el reto de la inmigración.

REACCIONES

Las primeras reacciones al discurso del presidente, tanto a izquierda como a derecha, fueron más bien negativas. Al líder de la Francia Insumisa, Jean Luc Mélenchon, no le convencieron las promesas y dijo que el acto V de la revolución ciudadana se escenificará en las calles el próximo sábado. «Retrocede para coger impulso», dijo la líder ultraderechista Marine Le Pen, mientras el diputado de Los Republicanos, Eric Woerth, aseguró que son respuestas necesarias en el corto plazo sobre el poder adquisitivo pero parcialmente injustas.

Muchos comentaristas se preguntan también cómo se financiarán estas medidas que, según la Comisión de Asuntos sociales de la Asamblea Nacional, costarán 15.000 millones de euros al presupuesto del Estado. Habrá que esperar para ver si la intervención de Macron apaga el incendio o radicaliza el movimiento de protesta de los chalecos amarillos.

Horas antes de su discurso, el presidente había celebrado en el Elíseo una cumbre social con representantes de alcaldes, sindicatos y patronal. Las centrales le habían reclamado medidas para mejorar el nivel de vida, aumentar los salarios. La patronal alertó de las consecuencias económicas de la crisis.