El millonario prooccidental Petro Porochenko se ha erigido ganador de la primera vuelta de las elecciones presidenciales de Ucrania con el 56% de los votos, según los sondeos a pie de urna. A sus 48 años, este hombre de negocios, dos veces ministro en gobiernos precedentes, gana, con diferencia, la primera vuelta frente a la líder opositora Ioulia Timochenko, con el 13% de los votos según el sondeo.

Porochenko es un oligarca pero también un político experimentado. Impulsor de primera hora de las revueltas del Euromaidán, sí, y apoyado en estos comicios por uno de sus héroes, el exboxeador Vitaly Klitschko, también, pero antiguo aliado del defenestrado presidente Viktor Yanukóvich, con quien había sido ministro.

Firme partidario de la unidad territorial de Ucrania y de su integración en Occidente -que le respalda sin demasiado disimulo-, cierto, pero a su vez defensor declarado de una mayor autonomía para el este, del reconocimiento de la lengua rusa y de la normalización de las relaciones con Moscú... en tres meses, promete. Pragmático o camaleónico, según se quiera ver. Es Petro Poroshenko, el multimillonario rey del chocolate y el nuevo presidente de un país en el filo de la navaja.

Este magnate de 48 años levantó su imperio en los 90, en pleno descontrol postsoviético, con una cadena de tiendas de confitería. Su empresa chocolatera Roshen es hoy una de las 20 mayores firmas del sector en el mundo, y él, uno de los hombres más ricos del país, con una fortuna acumulada que la revista Forbes calcula en unos 1.000 millones de euros. Oportunamente, es también dueño de una cadena de televisión.

Con el país al borde del abismo, sus recetas para salir del atolladero pretenden ser tan pragmáticas como su propia trayectoria. Así, ha hecho bandera de su apuesta por la paz y el diálogo directo y confía en preservar la integridad territorial ucraniana y hallar una salida al conflicto del este. ¿Cómo? Concediendo más competencias a las regiones, eliminando la figura del gobernador designado por Kiev y dotando de un estatus a la lengua rusa. Occidente, con sus prisas para legitimar a las nuevas autoridades ucranianas, echará una mano. ¿Y Rusia? El mismo Poroshenko bromeaba con que le gustaría tener «otros vecinos, como Suiza o Canadá», pero reconocía que «hablar de estabilidad sin dialogar con Rusia es imposible».