El conflicto libio se recrudece tras el último estallido de violencia intra-tribal del 2014, sucedido tres años después del proceso revolucionario que enterró más de 40 años de poder totalitario en manos del difunto coronel Muamar el Gadafi. Ahora, la escena política libia vuelve a estar marcada por dos centros de poder claramente diferenciados por tribus que compiten entre ellas por hacerse con el control político y de los hidrocarburos mediante el uso de las armas.

Las tropas del mariscal Jalifa Hafter, el hombre fuerte de Libia a quien se le atribuye el éxito del derrocamiento de los grupos armados vinculados al Estado Islámico y cuya hegemonía se sitúa en la zona de la Cirenaica (este de Libia), se enfrentan a las tropas de Fayez al-Sarraj, jefe de del Gobierno de Unidad Nacional (GNA) basado en Trípoli, la capital, reconocido por la Comunidad Internacional, pero con un poder muy débil que ha sido incapaz de superar la división de facto del país entre las diferentes alianzas políticas y militares de naturaleza tribal.

Los combates se desataron el pasado viernes entre los dos bandos rivales a pesar de los intentos de la Comunidad Internacional por frenarlos. El Ejército Nacional de Libia (LNA), de Hafter, acecha Trípoli. El viernes, el Consejo de Seguridad pidió al militar que cese en su ofensiva, pero sin éxito de momento. También lo intentó el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, que viajó a la desesperada a Libia para reunirse con Hafter. La mediación cayó en saco roto porque, como advirtió el portavoz LNA, Ahmed al-Mesmari, «la operación militar para liberar Trípoli se prepara desde hace mucho tiempo y ahora nada hará que lo detenga».

Diálogo político / El órdago es tal que Guterres abandonó el país «profundamente inquieto y con el corazón encogido» al mismo tiempo que las fuerzas de Hafter progresaban en su ofensiva logrando el control del antiguo aeropuerto, a unos 30 kilómetros de la capital libia. Los combates proseguían ayer en las afueras de la ciudad descartando cualquier diálogo político para impedir una escalada mayor de violencia. Las diferentes manifestaciones de los diputados del Parlamento rebelde de Toubrouk (ciudad al este de Libia), tutelados por Hafter, también apoyan la ofensiva asegurando que Trípoli se someterá al poder del mariscal antes del 15 de abril, cuando está prevista la Conferencia Nacional impulsada por la ONU.

Los rebeldes de Toubrouk (pro-gadafistas) entienden como una operación legítima la «conquista» de Trípoli porque de aquí fueron expulsados por los milicianos de Misrata (anti-gadafistas), valedores de Al-Sarraj, a pesar de la victoria electoral en las elecciones del 2014.

Entonces, los combatientes de Misrata no aceptaron los resultados de las urnas en favor de las tribus próximas al dictador Gadafi que les hubieran permitido seguir explotando los recursos energéticos. En este contexto surgió un nuevo estallido de violencia en la que las tribus misratís arrebataron el poder de Trípoli, lo que obligó a los vencedores de la convocatoria electoral refugiarse en la ciudad de Toubrouk.

venganza / Cinco años después se produce la venganza liderada por Hafter que sigue esquivando todas las exhortaciones del exterior por frenar su envite militar. Caso omiso igualmente a la petición expresa de los ministros del G7 (Estados Unidos, Alemania, Francia, el Reino Unido, Italia, Japón y Canadá) reunidos ayer en Francia y que concluyeron el encuentro haciendo un llamamiento a una solución dialogada para evitar añadir más caos a un país colapsado por la violencia, la asfixia de las armas y la lucha por el control del petróleo. Este recurso representa la verdadera fuente de inestabilidad para un país en donde preocupa el reparto de las riquezas dentro de un territorio fuertemente fraccionado por las élites tribales, no así la democracia o la gobernanza.

A pesar de todo, el enviado especial para Libia de la ONU, Ghassan Salamé, ha dicho que mantendrá la Conferencia Nacional que lleva preparando desde hace dos años con el fin de establecer una hoja de ruta que desemboque en unas elecciones generales que saque a Libia del impasse y seguramente, a ojos de los analistas, para salvar la imagen de una fracasada Comunidad Internacional. Sin embargo, parece que los libios han dejado de creer en el voto como solución a su crisis.