La sublevación contra Theresa May está llevando más tiempo del esperado a sus cabecillas. El jueves, el líder de la revuelta, el diputado ultraconservador Jacob Rees-Moog, anunció a bombo y platillo ante las cámaras la entrega de su carta para pedir la moción de censura contra May. Rees-Moog incitaba a otros diputados a seguir su ejemplo. La operación parecía orquestada de antemano e imparable.

A última hora de ayer, sin embargo, el número de los rebeldes que habían confirmado públicamente la entrega de la petición se elevaba tan solo a 21, muchos menos de los 48 necesarios para que el presidente el Comité 1922, Graham Brady, pueda poner en marcha el mecanismo de destitución de la primera ministra. El peligro no ha desaparecido y May sigue a merced de los acontecimientos, pero al menos el motín, de consumarse, será la semana que viene.

La rebelión ha sido criticada con dureza por algunos conservadores. Liam Fox, el ministro de Comercio Internacional, un euroescéptico convencido, pidió sensatez. «Espero que todos adoptemos una visión racional y razonable de todo esto. No nos han elegido para hacer lo que queremos, nos han elegido para hacer lo que es en el interés nacional. Confío que todos los partidos reconozcan que un acuerdo es mejor que ninguno».

May recibió un balón de oxígeno a primera hora de la mañana cuando Michael Gove, el ministro para Medio Ambiente, anunció que continuaría en el gabinete, a pesar de las especulaciones que aseguraban lo contrario. «Quiero trabajar con todos mis colegas en el gobierno y en el Parlamento para asegurarnos de que tendremos el mejor futuro para el Reino Unido. Es vital que nos concentremos en tener el mejor acuerdo en el futuro, en los asuntos que tanto incumben a los británicos», declaró a los periodistas.

INTERLOCUTOR CLAVE

Gove fue uno de los líderes a favor del brexit en la campaña del referéndum y es un elemento euroescéptico de peso en el gobierno. May le había ofrecido ser el nuevo ministro para el brexit, pero lo rechazó. Gove habría calculado que dentro del equipo de la primera ministra podrá contratacar mejor, si se siente tentada a hacer nuevas concesiones a Bruselas o el acuerdo debe ser retocado, de no ser aprobado por el Parlamento británico.

El cáliz envenenado en que se ha convertido el cargo de ministro para el brexit recayó en Stephen Barclay, hasta ese momento secretario de Estado para la Sanidad. Poco conocido de los británicos, es un euroescéptico, fue director de Barclays Bank y ha ocupado otros puestos en la City, donde goza de una buena imagen, y en el Departamento del Tesoro. El diario Financial Times le definió en junio del pasado año como «un interlocutor clave en la preparación crucial del brexit». Según Downing Street, el recién nombrado se va a encargar más de los preparativos internos relacionados con la salida de la UE que de las negociaciones con Bruselas. Barclay es el tercer ministro para el brexit desde el 2016. El primero de ellos, David Davis, que dimitió en verano en desacuerdo con el plan de Chequers, afirma que May deberá renegociar «el espantoso acuerdo», pero se negó a pedir su dimisión.

La nueva ministra de Trabajo y Pensiones, Amber Rud, es una fiel de May. Ocupó anteriormente la cartera de Interior e hizo campaña a favor de la permanencia en la UE. «Creo que la primera ministra puede sobrevivir», declaró tras el nombramiento.