Chile asiste al espectáculo de la catarsis desde que el Gobierno del presidente, Ricardo Lagos, hiciera público, la semana pasada, el informe de la Comisión Nacional sobre la Prisión Política y la Tortura. Los testimonios de 28.000 víctimas de la dictadura del general Augusto Pinochet, reunidos en el histórico documento, han detonado en cadena los actos de contrición o la autocrítica, hecha de mala gana en algunos casos.

El Ejército fue el primero en arrepentirse. Luego, aunque en un tono más moderado, la Aviación y la Marina hicieron su revisión. Siguieron los jueces. Y hasta los empresarios, defensores incondicionales del "capitán general", tuvieron algo que decir.

Carlos Urenda, director de Agunsa, una poderosa empresa de servicio de cargas, debió de ser uno de los pocos que --junto con los generales retirados que aún consideran el tormento una gesta gloriosa-- salió en estos días en defensa del pinochetismo. "¿Podrías tener universidades privadas, libertad de precios, apertura al exterior, reducción de derechos de aduana con gobiernos democráticos? ¡Fantasías!", se quejó al diario La Tercera .

Nadie se quedó sin contar qué es lo que hizo o calló durante 17 años. La prensa chilena no podía quedar al margen de las discusiones cuando el llamado informe Valech recordó en términos muy críticos sus responsabilidades glosando algunas crónicas de la época. "El aspecto físico de los confinados muestra una lozanía que no les era característica en su vida anterior. Sus rostros están tostados producto del sol". Así describió el campo de concentración de la isla de Dawson la revista Ercilla .

"Me duele ver citado en el informe párrafos de un reportaje de 1973", dijo su autor, Abel Esquivel Querci. "Y a mí me duele en lo más profundo, porque, años más tarde, mi hijo Ricardo fue detenido en la universidad y vejado por Carabineros", recordó al diario El Mercurio .

Pesadas omisiones

María Angélica de Luigi era considerada una de las mejores plumas de El Mercurio en los años 80. Dos décadas más tarde, sus omisiones, dice, le pesan demasiado. En los años de la tortura sistemática, dijo: "Soñaba lo normal: ternuras, erotismo, una casita. ¿Alguien planteó en El Mercurio que había que hacer un reportaje sobre los cuarteles de la DINA la policía secreta? Yo tampoco. No puedo culpar a nadie. Nunca se me censuró. Perra", escribió en la revista The Clinic .

El Canal 13, controlado por la Iglesia católica, hizo su acto de contrición y exhibió un material del noticiero de septiembre de 1973 sobre la cárcel a cielo abierto que funcionó en el Estadio Nacional de fútbol. "¿Lo pasan muy mal los detenidos? ¿Están muy angustiados? No. Porque tienen tiempo hasta de formar orquestas. Nadie está abandonado a su propia suerte y, si alguno se enferma, recibe inmediata atención en el completísimo hospital de campaña que hay en las afueras del estadio", decía a la cámara Claudio Sánchez, símbolo de las tergiversaciones. "Están asesinando mi imagen", se ha quejado.

La derecha también tuvo su catarsis. Joaquín Lavín, que antes de ser aspirante a la presidencia y líder de la Unión Democrática Independiente fue un orgulloso Pinochet boy , aseguró que todos los chilenos tienen "la obligación" de evitar que "nunca más" Chile tropiece con la misma piedra.

"Nosotros acusamos"

El expresidente de Renovación Nacional Sebastián Piñera, también derechista, se quejó de su compañero: "Decir que ´todos somos responsables´ en cierta forma es decir que nadie es responsable". Ni "todos" ni "ninguno". Para separar la paja del trigo, los expresos preparan "Nosotros, los sobrevivientes, acusamos" , un texto con la lista de represores y colaboradores civiles del régimen.

Mientras, el dictador chileno vio ayer cómo se abría otro dosier contra él además del de la operación Cóndor y el de sus cuentas bancarias. El Tribunal de Apelaciones de Santiago designó a un juez para investigar una veintena de denuncias contra Pinochet por las torturas. El cerco al dictador se cierra.