Cuando Donald Trump era todavía candidato, su médico personal llegó a decir que «será el presidente más sano que haya tenido nunca Estados Unidos». Lejos de aplacar las dudas sobre la salud del hombre más anciano en alcanzar nunca la Casa Blanca, aquel informe tan categórico solo sirvió para alimentarlas. Incluía frases como «su fuerza y su energía física son extraordinarias» o «los resultados de las pruebas de laboratorio son increíblemente excelentes». El doctor acabó reconociendo que había escrito el informe en cinco minutos mientras esperaba en la limusina del magnate.

Ha pasado más de un año desde aquel informe. Trump tiene ahora 71 primaveras. Sigue durmiendo poco. Bebe varios litros de Coca-Cola Light al día. No fuma ni bebe. Ejercita poco, aunque es un ávido jugador de golf. Y básicamente se alimenta de hamburguesas, pollo frito, pizza y entrecotes muy hechos, la clase de dieta que espantaría al más benigno de los nutricionistas. Pero su salud no ha cambiado. Sigue siendo de hierro. O ese es el mensaje que quiere transmitir la Casa Blanca porque, en EEUU, el historial médico es estrictamente privado y cualquier dato que se revele debe contar con el consentimiento del paciente.

Tras someterse el pasado viernes a la primera revisión médica desde que es presidente, el médico de la Casa Blanca ha concluido que Trump goza de «una salud excelente» y está perfectamente capacitado para ejercer el cargo. «No tiene absolutamente ningún problema cognitivo ni mental», dijo el doctor Ronny Jackson para acallar las voces que cuestionan la salud mental de Trump.

Jackson aseguró que no era partidario de someter al presidente a un examen cognitivo para evaluar sus facultades mentales porque ha estado diariamente en contacto con él y no ha notado ninguna señal preocupante, pero acabó haciéndolo a petición expresa de Trump. Como no fuma ni bebe, su ritmo cardíaco es bueno, pero el médico le recomendó que pierda peso. Trump pesa 108 kilos.