Estos días, se les pregunta a los políticos palestinos en Ramala sobre quién tomó la decisión de sacar al presidente palestino, Yasir Arafat, de la Mukata --con el riesgo que eso entrañaba de morir fuera de Palestina-- y afirman que, en última instancia, la decisión fue de la mujer del rais . Declaran las centenares de fuentes anónimas palestinas que estos días están saliendo como setas que, llegado el momento, quien ordenaría desenchufar al líder de las máquinas que lo mantienen vivo sería su esposa. De hacer caso a todo el mundo, cualquiera diría que la sucesora de Arafat será Suha Arafat.

Lo cual, la verdad, resultaría todo un bombazo. Suha la caprichosa. Suha la amante de las tiendas caras de París. Suha la francesa. Suha la bocazas. No es la casi desconocida mujer de Arafat precisamente la persona más popular de Palestina. Y llama la atención que, en la hora de su agonía, el hombre que decía estar casado con la causa palestina, el líder que ha dedicado toda su vida a la política, deje en manos de consideraciones humanitarias, del amor de una esposa de la que ha estado más tiempo separado que juntos, decisiones tan trascendentales. Porque resulta ingenuo pensar que la muerte de Arafat es un hecho humanitario. Ni su muerte ni su entierro, como ya ha dicho bien claro Israel. Es lo que tiene casarse con un símbolo.

Por eso, Suha es ahora la mejor tapadera, el escudo ideal para las negociaciones, tejemanejes y estrategias que se están elaborando tras la puerta, fuera de los focos, en París y Ramala. Como en cierta medida ya lo fue en 1992, cuando se casó en secreto con Arafat en Túnez.

Alta, rubia y ojos verdes

El rais estaba entonces en su sexta década y Suha, una chica alta, rubia y de ojos verdes que hablaba varios idiomas y trabajaba en la OLP, en la veintena. Era hija de un banquero cristiano --nominalmente se convirtió al islam, aunque en su casa abundan las fotos del papa Juan Pablo II-- y de la periodista palestina Raymonda Tawil. A los palestinos les gustaba tener una primera dama, y también les satisfizo el papel secundario que inmediatamente adoptó, muy en la tradición árabe de que los asuntos privados se quedan en casa. De paso, se desmentían los rumores que la propaganda israelí había esparcido sobre la homosexualidad de Arafat.

Desde el principio fueron una pareja peculiar. Nacida en 1966 en Jerusalén y educada por monjas en Ramala y Naplusa, estudió en la Sorbona y su carácter es más francés que palestino. Nada que ver con la austeridad guerrillera de su marido. "Vivo en una especie de celibato. Cuando le digo que jamás me ha regalado joyas, él me ofrece recuerdos y símbolos de la revolución palestina", declaró en una de sus escasas entrevistas. En 1995, Suha dio a luz a su hija, Zawha, llamada así en recuerdo de la madre de Arafat, que falleció cuando el líder palestino tenía 3 años. Dice la leyenda que Arafat cada día llamaba a las seis de la tarde a su hija para cantarle por teléfono.

El regreso de Arafat a Gaza en 1994 puso a Suha bajo los focos, aunque ya entonces se decía que dormían en habitaciones separadas. Fue en esa época cuando Suha se ganó su fama de poseer muy poco tacto. Sonada fue su entrevista con Hillary Clinton en 1999, en la que acusó a Israel de ser culpable del aumento del cáncer entre los niños palestinos. Tampoco fue acertado que, en el 2002, en plena Intifada, y cuando Arafat condenaba oficialmente "cualquier acto terrorista contra objetivos civiles", Suha se despachara en un periódico saudí afirmando que si tuviera un hijo, su mayor honor sería "sacrificarlo por la causa palestina".

Cuatro años fuera

Cuando hace 10 días Suha regresó a Ramala para llevarse a París a su marido, los palestinos hacía cuatro años que no la veían. Desde que empezó la Intifada, vivió primero en París y después en Túnez. Tampoco así pudo mantenerse del todo al margen de la polémica. Hace unos meses, las autoridades francesas filtraron que estaban investigando multimillonarias transferencias a su cuenta desde bancos de todo el mundo. Israel acusó a Arafat de robar el dinero de la ANP, y regresaron las informaciones sobre el amor de Suha a las tiendas de moda de París y su alto nivel de vida. Ahora comparte las que pueden ser las últimas horas de Arafat y ve a pie de cama cómo se apaga un símbolo que, además, es su marido.