Antes de que el juez Brett Kavanaugh testificara el pasado jueves ante el Comité Judicial del Senado para defenderse de las acusaciones de abuso sexual que le persiguen, su futuro parecía depender exclusivamente de su capacidad para convencer a los senadores de que esas alegaciones no eran más que humo. Desde entonces, sin embargo, otros elementos han complicado la confirmación del candidato de Donald Trump al Tribunal Supremo. Su credibilidad ante la opinión pública se ha ido resquebrajando a medida que quedaba demostrado que Kavanaugh mintió sobre sus hábitos en la ingesta de alcohol durante su época de estudiante o en su reacción inicial frente alguna de las acusaciones. En otras circunstancias podrían verse como mentiras piadosas, pero lo que se juzga aquí es su integridad para ocupar uno de los cargos más importantes del país.

Tanto durante su testimonio como en la entrevista que concedió junto a su mujer, Kavanaugh se presentó como una suerte de estudiante modélico que pasaba muchas noches en la biblioteca, iba a misa los domingos y, aunque le gustaba la cerveza, bebía siempre con moderación. «Nunca me desmayé ni nada parecido, eso es sencillamente incorrecto», dijo al juez la semana pasada. Su relación con el alcohol es relevante en este caso porque las tres mujeres que han impugnado su conducta sostienen que estaba completamente borracho cuando abusó sexualmente de ellas. Y aunque no hay pruebas todavía para demostrarlo, numerosos amigos de Kavanaugh de su época estudiantil han cuestionado que fuera un bebedor responsable. «No hay ningún problema con beber cerveza en la universidad, el problema está en mentir al respecto», le contó Liz Swisher a la CNN. «Yo lo vi beber más que mucha otra gente. Acababa farfullando las palabras y tambaleándose». Otros dijeron que se volvía violento cuando estaba borracho.

El propio Kavanaugh habría dejado constancia de sus excesos de aquella época en una carta que envió a sus amigos en 1983 cuando se preparaban para ir de vacaciones a la playa. En la misiva, descubierta por The New York Times, les pedía que avisaran a los vecinos de que les llegaba un grupo de «ruidosos y odiosos borrachos muy dados a las vomitonas». La prensa también desveló que la Policía le interrogó en 1985 después de que protagonizara un altercado en un bar a la salida de un concierto. Según la ficha policial, el hoy magistrado le tiró un hielo a un parroquiano sin venir a cuento antes de que uno de sus amigos le rompiera una botella en la cabeza. Kavanaugh tampoco dijo la verdad cuando le contó al Senado que se enteró por la prensa de las alegaciones de Deborah Ramírez, la mujer que le acusa de haberle puesto el pene en la cara durante una fiesta en Yale hace 35 años. Diversos mensajes de texto sugieren que Kavanaugh contactó antes a varios de sus amigos para pedirles que refutaran las acusaciones de Ramírez antes de que se publicaran.

Todos estos elementos y algunos más llevaron a los demócratas a afirmar que Kavanaugh no tiene la integridad suficiente para vestir la toga del Supremo. «El juez ha engañado en todo a los senadores, en lo mundano y en lo importante», ha dicho Chcuk Schumer, su jefe de filas en el Senado. «Cada vez tenemos más pruebas para demostrar que Kavanaugh no es creíble».

Su suerte se decidirá muy probablemente esta misma semana. Trump lanzó el martes su primer ataque directo contra la credibilidad de la profesora Christine Blasey Ford. «¿Cómo llegaste a casa? No me acuerdo. ¿Cómo llegaste al sitio? No me acuerdo. ¿Dónde estaba? No me acuerdo. ¿Hace cuántos años fue? No lo sé», dijo el presidente mofándose de la mujer que acusó al magistrado de intento de violación.