Punto y seguido para el máximo responsable de los servicios de inteligencia interiores alemanes, Hans-Georg Maassen. Tras convertirse en el centro de todas las críticas por sus polémicos comentarios sobre las protestas de Chemnitz, en los que negó las persecuciones de neonazis a ciudadanos extranjeros, el presidente de la Oficina Federal de Protección de la Constitución (BfV) fue destituido ayer de su cargo.

Sin embargo, Maassen seguirá formando parte de la estructura gubernamental federal, pues a partir de ahora ocupará la Secretaría de Estado del Ministerio del Interior, quedando así bajo el paraguas de su principal valedor en el Ejecutivo, Horst Seehofer. Este cambio de butaca ha sido consensuado por la cancillera alemana y presidenta de la Unión Demócrata Cristiana (CDU), Angela Merkel, la presidenta del Partido Socialdemócrata (SPD), Andrea Nahles, y el propio Seehofer, presidente de la Unión Socialcristiana de Baviera (CSU). Su sustituto aún no ha sido acordado. La transferencia de Maassen, que de facto supone una promoción a un rango más alto, indignó a la oposición, que ve como el esperado castigo al jefe de los servicios secretos se convierte en una recompensa.

Con esta decisión, el Ejecutivo consigue apagar el fuego originado la semana pasada por el propio jefe de los servicios secretos, quien aseguró que no hubo «cacerías» de inmigrantes y acusó a los medios de comunicación de fabricar esa historia. «Hay buenas razones para pensar que este es un caso de desinformación deliberada para distraer la atención pública sobre el asesinato», explicó en una entrevista a Bild, el diario más vendido del país.

Aunque posteriormente tuvo que retractarse, las palabras de Maassen y su falta de pruebas fueron vistas como una intromisión política inaceptable para gran parte del arco parlamentario alemán. Socialdemócratas, ecologistas, la Izquierda y los liberales pidieron su cabeza mientras que, según explicó el diario Welt, Merkel hizo saber a los suyos que también era partidaria de la destitución. Seehofer lo defendió.

Con un largo historial controvertido a sus espaldas, la salida de tono de Maassen se entendió como una muestra de su «buena disposición» con el partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), formación con la que ya se le había vinculado anteriormente. La sombra de la sospecha creció este agosto cuando un libro escrito por una antigua directiva de las juventudes xenófobas, Franziska Schreiber, destapaba que Maassen había dado consejos a la exlíder de AfD, Frauke Petry, para que esquivase el control de la agencia que dirigió hasta ayer.

El pacto fraguado ayer en Berlín pretende evitar conflictos mayores en un Gobierno ya desgastado por sus peleas internas. La recolocación de Maassen en la Secretaría de Estado del Ministerio del Interior, para la Construcción y la Patria es una fórmula que permite satisfacer parcialmente a las tres partes. Los socialdemócratas consiguen tumbar al jefe de la inteligencia, los bávaros le mantienen protegido y Merkel se asegura la continuidad del Gobierno. Aun así, la tensión en el seno del cuarto Ejecutivo de la era Merkel es más que evidente. Golpeado por su segunda crisis interna, nada asegura un cese real de las hostilidades y fricciones entre los socios de la Gran Coalición. El SPD se niega a convivir con el tono populista y electoralista de la CSU en materia de inmigración y lamenta que la cancillera, presionada internamente por los bávaros, no actúe como les gustaría.

El expresidente del Parlamento Europeo y exlíder socialdemócrata Martin Schulz, cargó ayer contra la retórica «vergonzosa e inquietante» de Seehofer, de quien vaticinó que «es cuestión de tiempo que sea reemplazado».