Los funerales por las 20 víctimas del atentado perpetrado el lunes contra una mezquita shií de Karachi desembocaron ayer en una batalla campal entre los asistentes al sepelio y la policía, que utilizó gases lacrimógenos y efectuó disparos al aire para dispersar a los miles de personas que expresaban su indignación.

Los enfrentamientos comenzaron después de que algunos manifestantes incendiaran un coche de la policía y un autocar, entre otros vehículos, así como una oficina bancaria, mientras otros apedreaban a los agentes. "No tenemos ninguna confianza en la policía porque no protege nuestras mezquitas", afirmó Hasan Zafar Naqvi, un destacado clérigo shií. "Pedimos que el Gobierno despliegue al Ejército para garantizar su seguridad", añadió.

El atentado del lunes fue el segundo en menos de un mes perpetrado por un presunto suicida suní contra una mezquita shií. Ante la gravedad de la situación, el presidente paquistaní, Pervez Musharraf, anunció ayer la adopción de "medidas firmes" (que no detalló) para acabar con la violencia sectaria. Musharraf afirmó que los atentados suicidas "son motivo de preocupación para toda la comunidad islámica".

CONMOCION En Arabia Saudí, donde aún predomina la conmoción por el asalto del sábado contra las instalaciones petroleras y la toma de rehenes en Jobar, las fuerzas de seguridad entablaron un tiroteo con supuestos militantes islamistas. El incidente se produjo en un puesto de control situado en una zona montañosa en los alrededores de Taif, cerca de ciudad de La Meca.

Mientras tanto, la indignación crece entre los residentes extranjeros, que están convencidos de que el ataque perpetrado por la red terrorista de Al Qaeda el pasado sábado pudo haberse evitado si las medidas de seguridad hubieran sido más estrictas. La policía sigue buscando a los tres atacantes que escaparon, al parecer vestidos de militares, en medio de un mar de acusaciones que apuntan a que las autoridades les dejaron huir a propósito después de que los asaltantes amenazaran con matar a 240 rehenes.