Los tiempos cambian. Ya no se necesitan altisonantes proclamas militares. Basta con un tuit. Eso es lo que hizo el general Eduardo Villas Boas, comandante del Ejército, para recordar el terreno político que ganan los militares brasileños cuando están en las calles, como quedó demostrado con su intervención en Río de Janeiro, y otro en las redes sociales, donde arrecian las voces nostálgicas del golpe de estado de 1964.

Cuando en vísperas de la votación del Supremo Villas Boas se colocó junto a la «gente de bien» que quiere ver preso a Luiz Inacio Lula da Silva, las Fuerzas Armadas dieron quizá su más osado paso político desde que abandonaron el poder, en 1985. «El Supremo juzgó a Lula con la bayoneta en el cuello», dijo Bernardo M. Franco en una columna en O Globo, el medio que con mayor vehemencia ha promovido este desenlace.

En opinión de Clovis Rossi, columnista de Folha, Brasil vive «la peor hora para la democracia» y por eso hay condescendencia social y del Gobierno con lo que es un quiebre de la ley: a los militares se les prohíbe expresarse públicamente salvo que sean autorizados.

Orden público

Por si fuera poco, el Ejército salió en defensa de Villas Boas. Villas Boas no ha sido el primero en hablar ni será el último. Meses atrás el general Antônio Hamilton Martins Mourao dijo que el Ejército estaba en condiciones de tomar cartas en el asunto si los poderes actuales fallaban en el mantenimiento del orden público.

El vicepresidente del Club Militar, el general Clóvis Bandeira, planteó lo mismo. «Me siento representado por lo que dijo Mourao», dijo el presidente de la sección de la Asociación de Oficiales de la Reserva del Ejército, Rómulo Nogueira. Este es el contexto sobre el que se proyecta la figura del diputado y excoronel Jair Bolsonaro, quien, al votar dos años atrás la destitución parlamentaria de la presidenta Dilma Rouseff, rindió homenaje a Carlos Alberto Brilhante Ustra, el coronel que la había torturado durante la dictadura. Bolsonaro tiene en la actualidad una intención de voto del 16%.