La torre Le Parc es uno de los edificios más lujosos de la capital argentina. Desde el piso 13 se tiene una vista privilegiada de la ciudad de Buenos Aires y el río de La Plata. Su precio de venta es de 850.000 dólares. Una ganga, dicen en la inmobiliaria. Pero desde hace tiempo nadie lo quiere comprar ni alquilar. En sus 130 metros cuadrados vivía Alberto Nisman. El fiscal murió de un balazo en la cabeza el 18 de enero del 2015 y en un sentido todo parece estar como hace cinco años: una parte de los habitantes sostiene que se suicidó. Otros se obstinan en la hipótesis del asesinato de un héroe republicano.

Nisman falleció horas antes de cuando debía comparecer en el Congreso para fundamentar su denuncia contra la entonces presidenta Cristina Fernández de Kircher. El letrado acusaba a la dirigente y a su ministro de Exteriores, Héctor Timerman, de haber pactado con los iranís encubrir el atentado contra la mutual de la comunidad judía en Buenos Aires, AMIA, que se perpetró el 18 de julio de 1994 y mató a 85 personas. Casi 20 años después de ese bombazo, la causa seguía siendo un insondable agujero negro. Fernández de Kirchner intentó acordar con Teherán que una comisión de notables interrogara a los iranís sospechosos de planificar la acción terrorista. Aunque el pacto nunca llegó a buen puerto, Nisman embistió contra la presidenta y su canciller sin pruebas de peso.

En aquel verano del 2015, los prestigiosos peritos forenses convocados por la fiscala Viviana Fein concluyeron que sería "científicamente inadmisible" sostener que hubo otra persona en el baño en el momento del disparo que fulminó al fiscal. Hablar de un supuesto homicidio contrariaría "la misma naturaleza de la prueba". Pero Fein fue apartada de la causa. Cuando asumió el Gobierno de derechas, las investigaciones se reorientaron a los efectos de mostrar que Nisman no se había suicidado. Se llegó a fabular la acción de un comando venezolano-iraní. Diego Lagomarsino, el asesor informático del malogrado fiscal y suministrador del arma que le pidió su jefe, fue procesado como partícipe necesario del crimen. En tanto, Fernández de Kirchner, ahora vicepresidente, y su ministro Timerman, fueron también procesados por el fallido acuerdo con Teherán.

UNA SERIE CON VALOR PROBATORIO

Una serie de Netflix ayudó a despejar muchos de los interrogantes que aún circundan el caso. 'Nisman: el fiscal, la presidenta y el espía', el documental de Justin Webster da la palabra a los partidarios de las dos hipótesis mientras desarma antagonismos ideológicos, culturales e incluso mitológicos. Nisman aparece como algo más que un pertinaz acusador: es un hombre dependiente de la secretaría de Inteligencia, obediente de la CIA y el Mosad, la inteligencia israelí, un 'playboy' que se pavoneaba por las discotecas, contrataba prostitutas de lujo y era dueño de cuentas bancarias secretas cuyos abultados fondos no han podido ser justificados.

A los ojos de los espectadores emerge la figura del antiguo "superespía" Jaime Stuiso, quien había sido expulsado de la agencia de Inteligencia por Kirchner y proveía a Nisman sus libretos. Stiuso afirma que al fiscal lo mataron. Fein le asegura a Webster que el exagente nunca le aportó pruebas en esa dirección y enumera sus acciones opacas. Oscar Parrilli, el hombre que lo expulsó de los servicios cree que el 'caso Nisman' sirvió para allanar el camino de Mauricio Macri al poder. Timerman recibió en su casa a Webster y le dijo que todo había sido un gran montaje para seguir ocultando el camino hacia la verdad sobre la AMIA. "No se ha avanzado en nada, lo único que avanza es mi cáncer", aseguraba entonces. Tiempo después falleció.

La serie aporta además testimonios que han provocado un alto impacto en Buenos Aires. A estas horas no deja de levantar comentarios. "Siempre hubo un esfuerzo por desarrollar los hechos que llevaron a la conclusión establecida en lugar de dejar que los hechos establecidos llevaran a esa conclusión", dice James Bernazzani, del FBI sobre las investigaciones argentinas sobre la AMIA que solo apuntan contra Irán. "Stiuso solía recopilar información de todo el mundo así que siempre había una amenaza implícita de que si no hacías las cosas de cierta forma tenía información en tu contra", señala por su parte Ross Newland, delegado de la CIA en Argentina entre 1997 y 2001. "Era temido y se volvió una figura como la de Rasputín".

En este contexto, el Gobierno peronista ha encargado una nueva prueba pericial del cadáver de Nisman para que se explique de una vez por todas una verdad que tal vez nunca se termine de creer por completo.