Seguirán en minoría en el Congreso y en los gobiernos estatales, infrarrepresentadas, pero las mujeres de Estados Unidos han hecho historia en estas elecciones legislativas, como candidatas y como votantes. En muchos casos activadas desde la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump, movilizadas ante las políticas y el discurso de su Administración y en la era del #MeToo, las mujeres se han registrado más que los hombres y han liderado esfuerzos de organización. Como activistas y como candidatas han peleado por un papel protagonista. En muchas formas, y pese a algunas derrotas, han ganado.

Sin los resultados definitivos aún ya hay récords. Las mujeres nunca habían tenido más de 84 escaños de los 435 de la Cámara de Representantes pero cuando el nuevo Congreso tome posesión en enero serán al menos 99 según los datos del Centro de la Universidad Rutgers de Mujeres y Política Americanas, hasta 111 según otros recuentos. En los estados, cuando menos se igualará la marca de 2004 y nueve mujeres serán gobernadoras.

Los números son solo la punta del iceberg de un poder femenino renovado y plural que en el Congreso se va a traducir en un acercamiento a una mejor representación de la diversidad racial, religiosa, económica y de orientación sexual del país. Y es una historia que se escribe con cientos de miles de nombres anónimos de voluntarias, organizadoras y activistas pero que se representa con nombres propios. La latina de Nueva York Alexandria Ocasio-Cortez, por ejemplo, se convierte a los 29 años en la congresista más joven de la historia. Verónica Escobar y Sylvia Garcia han conseguido finalmente que Texas, donde el 40% de la población es hispana, tenga representación femenina latina en la Cámara baja. Y Sharice Davis, del pueblo Ho Chunk, y Deb Haalad, del Pueblo de Laguna, son las dos primeras nativas americanas en la Cámara baja gracias a sus elecciones en Kansas y Nuevo México. En un Congreso donde está sobrerrepresentado el cristianismo y que convive con un presidente que ideó un veto para negar la entrada a ciudadanos de países de mayoría musulmana, dos representantes marcan el hito para las mujeres de esa religión. Una es Rashida Tlaib, hija de palestinos, que llega a la Cámara baja desde Michigan. La otra, Ilhan Omar, que nació en Somalia y pasó cuatro años en un campo de refugiados antes de convertirse a los 14 años en inmigrante en EEUU, representará a Minnesota.

Hay más. Massachussetts y Connecticut nunca habían enviado a Capitol Hill a mujeres negras pero este martes escogieron para representarles a Ayanna Pressley y Jahana Hayes, dos de las al menos 40 congresistas negras en la nueva sesión. También desde Minnesota llegará al Congreso Angie Craig, primera madre lesbiana en la Cámara baja, que logró su elección ante un candidato republicano, Jason Lewis, opuesto a los derechos LGBTI y que llegó a decir que tener padres homosexuales «puede dañar al niño».

Aunque también algunas victorias republicanas marcan hitos para las mujeres, como la elección en Tennessee de Marsha Blackburn como la primera senadora por el estado, este «año de las mujeres» es azul, y no solo porque el número de candidaturas de demócratas haya superado abrumadoramente al de republicanas. Análisis de los datos disponibles apuntan a que el 59% de las votantes ha apoyado a los demócratas frente al 40% que ha emitido votos por los republicanos, la mayor distancia en unas legislativas. «Cuantos más americanos votan más nuestros líderes electos se parecen a América», celebraba ayer el expresidente Barack Obama.