Se preguntaba Sojourner Truth, cuya voz aún retumba hoy por las calles de todo el mundo: «¿Acaso no soy una mujer?». La antigua esclava reclamaba mejorar las condiciones del colectivo femenino en un discurso pronunciado ante las sufragistas americanas en 1851: «¿Acaso no soy una mujer? ¡Miren mis brazos! ¡He arado y sembrado, y trabajado en los establos y ningún hombre lo hizo nunca mejor que yo! ¿Acaso no soy una mujer? Parí 13 hijos y vi cómo todos ellos fueron vendidos como esclavos, y ¿acaso no soy yo una mujer?».

Más de 150 años después, sus palabras resuenan en cualquier rincón del planeta donde las reivindicaciones feministas están encabezadas por un solo color de piel y otras compañeras reclaman su espacio y su lucha. En la era del #MeToo mundial, son muchos los feminismos; algunos dicen que tantos como mujeres, a pesar de las diferencias culturales y económicas. «Todas luchamos por lo mismo: decidir sobre nuestras vidas sin condiciones previas dadas por una sociedad machista, donde es el hombre el que ha tenido el lujo de definir las reglas del juego», explica la periodista hispanomarroquí Imane Rachidi.

Los hiyabs iranís a modo de bandera, los pañuelos verdes de la marea argentina a favor del aborto y los largos vestidos escarlata con la cofia blanca en El cuento de la criada son algunos de los símbolos de una lucha que hoy ya es internacional. El feminismo ha tomado las mentes, las vidas y las voces de millones de mujeres alrededor del mundo, y todas están en pie de guerra.

«Desde el afrofeminismo, luchamos por los derechos de las mujeres negras porque sufrimos una doble opresión indivisible: misógina y racista», afirma Basha Changuerra, representante del colectivo de mujeres descendientes de africanos Afroféminas. Decía George Steiner que «lo que no se nombra, no existe» y las feministas han hecho suyas estas palabras. Por eso, desde el continente africano miles de mujeres empiezan a nombrar la ablación, la práctica de mutilación genital femenina, y a denunciarla con voz fuerte y rabiosa.

También fueron las mujeres en Liberia quienes forzaron las negociaciones de paz y acabaron con la guerra civil en el 2003, elevando al poder a la primera mujer presidenta en el continente. Hoy, las sudafricanas salen a la calle contra la violencia machista que azota el país.

Los gritos de rabia llegan hasta América Latina, donde los feminicidios se llevan a millares de mujeres cada año. «Mujer bonita es la que lucha», claman las voces atravesadas por tantas batallas. El auge de la derecha en algunos de los pocos países en el mundo que pueden presumir de haber tenido mujeres dirigentes, alarma a sus ciudadanas.

Los asesinatos de voces que incomodan, como la de Marielle Franco, activista social y feminista brasileña, o la de Berta Cáceres, la ambientalista hondureña, no han debilitado la fuerza de unos movimientos que han venido para quedarse. «Tenemos que internacionalizar la lucha», defiende la peruana Sara Cuentas, periodista experta en cuestiones de género. «Hay que tomar como referentes a nuestras antepasadas indígenas y afroamericanas que lucharon por la tierra», exige la argentina Florencia Brizuela, buena conocedora, como Cuentas, del feminismo descolonial.

«Desde el feminismo descolonial, se busca un reconocimiento de nuestra resistencia a la opresión milenaria de la colonización; esa resistencia trae consigo unos saberes que están generando cambios», afirma Cuentas. Hoy ya no hay rincón del mundo que no tiemble ante los pasos al unísono de sus mujeres marchando.

En la India, su población femenina ha revolucionado las calles con sus victorias en la despenalización de la homofobia y el adulterio. El movimiento feminista en el gigante asiático está protagonizando imágenes para la historia, como la entrada de mujeres en el templo de Sabarimala para acabar con el veto milenario a las féminas en edad de menstruar. Las mujeres pakistanís levantan la voz para pedirles a sus vecinas indias que unan fuerzas contra la guerra.

El sistema no deja espacio sin ocupar, pero las feministas no pierden tiempo para bombardearlo desde dentro. Las canciones de Pussy Riot aún suenan en la catedral de Moscú reivindicando libertad de expresión en una Rusia cada vez más opresora con mujeres y minorías. El colectivo trans es uno de los más afectados a nivel mundial.

«Al final del día todas estamos siendo misoginadas», reclama la mujer transexual hondureña Yoana Mata. «Estamos en constante lucha no solo para conquistar la equidad con los hombres, sino para conseguirla también con las mujeres», añade Mata. A medida que el movimiento feminista va ganando terreno, dan espacio a sus compañeras transexuales que están afectadas por muchas más opresiones.

En el panorama internacional actual, con el auge de movimientos de extrema derecha y del evangelismo, los siguientes pasos de las iniciativas feministas serán claves.