Cuando despierten mañana los dos partidos que monopolizan la vida política estadounidense, todos habrán ganado. Las grandes cadenas de televisión dan por hecho que los demócratas recuperarán la Cámara de Representantes y los republicanos aumentarán su mayoría en el Senado. A falta de conocerse el resultado definitivo, ese desenlace dibuja un Congreso bloqueado, dos años de parálisis legislativa, a tenor del escaso espíritu pactista que impera en el Capitolio. Pero ese resultado confirma también que la ola azul que presagiaban los demócratas solo ha conseguido agrietar el muro de Donald Trump. Dos años de furia y caos no han bastado para cortarle las dos alas al presidente.

El vuelco masivo al mapa político tendrá que esperar. El resultado arroja un país dividido en dos mitades, tal como anticipaban las encuestas, que perfilaban un camino franco para los demócratas en la cámara baja, pero muchas dificultades en el Senado, donde defendían la mayoría de escaños en juego, 10 de ellos en estados donde Trump ganó cómodamente en 2016. La repulsión que el presidente que despierta en una parte significativa del país, avergonzada de sus arrebatos tuiteros y alarmada por su nacionalismo xenófobo, debía de impulsar el cambio como aquel que dejó en pañales a Bill Clinton en 1994 o humilló a Barack Obama en 2010, cuando el Tea Party irrumpió en Washington.

Pero el tsunami demócrata ha acabado siendo una marejadilla, importante pero insuficiente para dejar sin mandato al presidente. Los suburbios y las grandes metrópolis le han dado la espalda, pero las zonas rurales y los bastiones republicanos apenas se han movido. Trump ha demostrado que mantiene la fidelidad de una parte importante del país y que ha transformado al partido conservador. Con algunas excepciones, sus mejores discípulos son los que mejor han aguantado el tipo. Así ha sido en la carrera al Senado por Tennessee o en la pelea por el cargo de gobernador en Florida, donde el trumpista Ron DeSantis ha impedido a Andrew Gillum convertirse en el primer gobernador negro del estado.

Como se esperaba, ambos partidos han cantado victoria antes de que se conozca el recuento final en las dos cámaras. “Tremendo éxito esta noche. Gracias a todos”, ha tuiteado el presidente. Desde el bando demócrata, su líder en la cámara baja, la cuestionada Nancy Pelosi, anticipó una nueva era para el país. “Mañana será un nuevo día en América. Hemos recuperado la Cámara de Representantes para el pueblo”.

Los sueños demócratas de arrebatar el Senado, una cámara clave para ponerle trabas a la política exterior del presidente y frenar sus nombramientos en el poder judicial, se desvanecieron a medida que sus candidatos perdían en Indiana, Dakota del Norte, Tejas o Tennessee, los estados llamados a decidir el color de la cámara. Beto O’Rourke, la gran estrella emergente del Partido Demócrata, el hombre que por primera vez desde 1988 puso Tejas a su alcance, rozó la victoria pero acabó perdiendo ante Ted Cruz, quizás el político más odioso del país.

Este desenlace anticipa dos años todavía más broncos en Washington. Acostumbrado a gobernar sin cortapisas, Trump perderá el control del Congreso y su vida se complicará substancialmente. Los demócratas podrán impulsar proyectos de ley, pero sobre todo podrán lanzar comisiones de investigación para escrutar sus finanzas, sus conflictos de interés o los nexos de su entorno con la trama rusa. A su alcance quedará también poner en marcha el 'impeachment', un escenario que paralizaría la vida política del país. Pelosi ha dicho que, por el momento, no entra en los planes de su partido.