Tazaghin era una de esas aldeas que nunca figuraba en los mapas. Y es difícil que en el futuro aparezca. Ahora, esa ausencia cartográfica está algo más justificada, ya que, tras el terremoto, de esa pedanía apenas queda nada, sólo un rastro de casas en ruinas y de tumbas recientes. Las violentas sacudidas del seísmo quebraron como el mazapán el adobe con que estaban construidas las viviendas y acabaron con la vida de 49 de las 300 almas de este núcleo rural.

Como Tazaghin, las aldeas de esta zona han quedado devastadas, pues se encuentran en el corazón de la comuna de Ait Kamra, donde el temblor de tierra tuvo su epicentro. Ni siquiera el minarete de la mezquita resistió. La torre desde donde se llama a los creyentes a la oración se desplomó, lo mismo que la casa donde residía el imán, el hombre encargado de dirigir el rezo. El murió con toda su familia.

A mediodía, los vecinos de Tazaghin se afanaban en enterrarlos. Tres jóvenes llevaban en brazos los cadáveres de los pequeños, envueltos en pequeños sudarios blancos. Los acunaban con delicadeza, como si, al dejarlos en la fosa, no quisieran hacerles todavía más daño del que ya habían sufrido. Un anciano tapó dos pequeños pies con calcetines azules.

Sin tiempo que perder

Pero no había tiempo que perder. A diferencia de las ciudades, donde los cadáveres se trasladaron a cámaras frigoríficas, en los pueblos los vecinos enterraron los muertos ayer mismo. "Tenemos que evitar que se declaren epidemias", explicaba Mohamed Bensaid, un profesor. Para inhumar los cuerpos de las víctimas, no se esperaba a ningún agente de la autoridad. Los vecinos no se sentían en deuda con ellos, pues nadie vino a ayudarles.

Alí Musaui, que nació en este pueblo y que ahora está nacionalizado español y reside en la ciudad de Ceuta, no se muerde la lengua. "Seguro que si esto pasa en Fez, en Casablanca o en Rabat, esto estaría lleno de ayuda, pero como nosotros somos rifeños nos abandonan", exclamó. No le falta razón. A pesar de que muchas de las casas del pueblo quedaron derruidas tras el seísmo y que los vecinos van a dormir al raso por miedo a nuevos terremotos, las autoridades no han enviado ni tiendas, ni mantas.

Ayer, Alí encontró aún más argumentos que reforzaron el sentimiento de marginación de los bereberes que habitan esta región, de la que acusan al poder central marroquí. De hecho, los vecinos de esta aldea pertenecen todos a la tribu de los Beni Urriagel, la misma que la de Abdelkrim el Jatabi, el caudillo que lideró la guerrilla contra la ocupación española, que llegó a proclamar la República del Rif y que siempre ha simbolizado la rebeldía rifeña frente a Rabat.

Los entierros no dejaron tiempo a que los supervivientes se alegraran de su suerte. "La casa se me derrumbó encima, pero conseguí cavar un agujero y salir", explica Karim, un adolescente. Abdesalam, otro joven, recuerda que, al oír el temblor, se tapó la cabeza con una manta. "Cuando me desperté, la casa se había caído". Fahima Mamnua, en cambio, lamenta estar viva. Esta joven fue la única superviviente de su familia. Su padre, su madre y sus seis hermanos perecieron cuando se les desplomó encima la casa. Ella se salvó de milagro y ayer deambulaba conmocionada. Aunque al entierro sólo acudieron los hombres, Fahima se quedó a cien metros. Desde allí, el lamento de la joven desviaba la atención de la prédica con que otro religioso daba sepultura a sus familiares. "Papá, mamá, por qué os habéis ido; ayer estábais conmigo y hoy me habéis dejado sola, en esta locura," gritaba, repitiendo una y otra vez: "Llevadme con vosotros".