El debate que está marcando la campaña electoral en Estados Unidos tiene nuevos argumentos, tan escalofriantes como los balazos por la espalda que recibió Jacob Blake en Kenosha o la rodilla que se incrustó en el cuello de George Floyd en Minneapolis durante ocho interminables minutos. Esta vez la víctima se llamaba Daniel Prude, tenía 41 años y era también un hombre negro. Prude murió asfixiado a finales de marzo después de que varios policías le cubrieran la cabeza con una capucha tras haberlo esposado tendido en el suelo y le estrujaran el cráneo contra el pavimento durante dos minutos. El vídeo había pasado en gran medida inadvertido hasta este miércoles, cuando su familia decidió hacerlo público para denunciar el trato “inhumano” que le dispensaron los agentes.

Prude falleció el pasado 30 de marzo en el hospital, siete días después de que fuera brutalmente arrestado en Rochester, una localidad al norte del estado de Nueva York. Había sido su propia familia la que llamó al 091 para advertirles de que estaba sufriendo aparentemente un trastorno mental. En una noche gélida, con nieve cayendo sobre el asfalto, los agentes se lo encontraron caminando completamente desnudo por el medio de la calle. No opuso ninguna resistencia. Se tumbó en el suelo y dejó que lo esposaran con las manos en la espalda. “Llamé para que ayudaran a mi hermano, no para que mi hermano fuera linchado”, contó el miércoles Joe Prude en una conferencia de prensa.

El hombre estaba indefenso, completamente desnudo en el suelo. Ya lo habían esposado. Venga ya. ¿Cuántos hermanos más tienen que morir para que esta sociedad entienda que esto se tiene que acabar?”, añadió el hermano de la víctima. Inmóvil y todavía en el suelo, Prude pidió a los agentes que le dieran el arma. “Dame tu pistola, la necesito”. Y poco después, según el vídeo grabado por las propias cámaras de la policía, los agentes le ponen la capucha, utilizada para prevenir los escupitajos. Prude entra en pánico, se retuerce, les pide que se la quiten, les insulta e intenta ponerse de pie. Es entonces cuando un agente blanco le aprieta la cabeza contra el suelo con las dos manos, mientras otro le inmoviliza la espalda con la rodilla.

“Están tratando de matarme”, grita el hombre con crecientes dificultades para respirar. Los policías solo ceden al darse cuenta que está frío y apenas se mueve. Uno se ríe. “Dice que tiene el corona”. Y es entonces cuando permiten que la ambulancia, presente en todo momento, lo suba a la camilla. Una semana después el examen forense determinó que murió victima de un homicidio, “complicaciones derivadas de la asfixia” que le provocaron los agentes. El informe también reseña el delirio y una intoxicación por drogas como factores que contribuyeron a su muerte.

Esta misma semana, durante su visita a Kenosha, el presidente Donald Trump volvió a negar que EE UU tenga un problema sistémico de racismo y brutalidad policial. La opinión contraria a la que defiende el candidato demócrata Joe Biden, quien propone medidas para reformar los departamentos de policía y combatir los prejuicios raciales que siguen contaminando la vida del país. Y, entre medio, continúan en algunas ciudades las protestas multitudinarias contra el racismo y en defensa de la justicia social.