"No me siento como un mercenario". Así de tajante sonó John Rivas, un exmarine chileno de 27 años, contratado para sumarse a los 20.000 guardias privados de seguridad que hay ya en Irak, la segunda fuerza armada del contingente de ocupación de ese país, después de la de Estados Unidos. Un puñado de compañías estadounidenses y británicas, integradas por veteranos de cuerpos militares de élite, constituyen este creciente ejército privado, que está alterando de forma definitiva las leyes de la guerra.

Contratar a estos nuevos mercenarios "es una tendencia en ascenso sobre todo en Irak", explica Peter Singer, especialista en seguridad de la Brookings Institution de Washington, autor del libro Guerreros empresariales: el ascenso de la industria militar privatizada . Para este experto, se está produciendo "un cambio enorme en la forma en que se hacen las guerras". Tras la segunda guerra mundial el empleo de mercenarios fue prohibido por las Convenciones de Ginebra, por lo que el Pentágono subraya que los guardias de seguridad que tiene en Irak y Afganistán no son militares.

Aun así, es cada vez más dudosa la situación legal de este creciente ejército privado de soldados de fortuna, que puede sumar 30.000 personas en Irak tras la transferencia de poderes el próximo 30 de junio. Su cometido es garantizar la seguridad de instalaciones, como aeropuertos y oleoductos, o de personas, desde empleados de las compañías que trabajan en la reconstrucción iraquí hasta el mismísimo Paul Bremer. La guardia personal del virrey estadounidense en Bagdad son exmiembros de los Navy Seals y exrangers fichados por la empresa Blackwater USA.

Una mina de oro

Esta misma empresa está contratando ahora a antiguos comandos chilenos del Ejército de Augusto Pinochet para aumentar su plantilla de 450 personas, en vista de la mina de oro que supone la guerra privada en Irak, a la que fueron a parar el año pasado 30.000 millones (25.423 millones de euros) de los 87.000 millones de dólares destinados por EEUU a la posguerra iraquí.

Pese a que los nuevos mercenarios del siglo XXI sólo llevan armas ligeras y no están sujetos a los mandos militares de la coalición que ocupa Irak, se han visto involucrados ya en combates por la violencia que sacude al país. Entre 30 y 50 de ellos han muerto desde la invasión de Irak, aunque su presencia en ese país solo se hizo pública mundialmente cuando los cadáveres de cuatro de ellos --precisamente, empleados de Blackwater-- fueron quemados y mutilados, tras ser asesinados en Faluya el 31 de marzo.

Los crecientes ataques que sufren sus empleados han impulsado a las empresas de seguridad a exigir que se les permita llevar armas más potentes, una petición que el Pentágono se ha visto forzado a estudiar.

Mientras, las empresas de seguridad han comenzado a intercambiar información entre ellas para protegerse, algo que las convierte en el mayor ejército privado. Este ejército seguirá creciendo, ante los sueldos que ofrece --hasta 1.271 euros diarios-- a la cantera de veteranos de ejércitos en vías de reducción.

Aunque caros, estos ejércitos no lo son tanto como los oficiales, y sus actos no están sujetos al control de los gobiernos que los usan. Quizá por ello, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, adelantó ya en el 2002 que reducirá en otras 200.000 personas el volumen del Ejército de EEUU, cuyas tareas serán privatizadas.