A falta de poco más de medio año para que Estados Unidos deje de combatir en Afganistán, el presidente Barack Obama ha esbozado este martes los próximos pasos para cerrar definitivamente la guerra más larga de la historia estadounidense, iniciada pocos días después de los ataques del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York y Washington. Obama ha asegurado que, una vez concluya la misión de combate de sus tropas a finales de año, dejará en el país asiático a 9.800 militares, que se dedicarán exclusivamente a formar a las fuerzas de seguridad afganas y a asesorarlas en las operaciones antiterroristas “contra los restos de Al Qaeda”. Un año después, a finales del 2015, el contingente se reducirá a la mitad y, antes de que acabe el 2016, los soldados se marcharán definitivamente.

“Es hora de pasar página después de una década en la que buena parte de nuestra política exterior ha estado centrada en las guerras de Afganistán e Iraq”, ha dicho el presidente en un discurso desde la Rosaleda de la Casa Blanca, una día después de viajar hasta la base aérea de Bagram, a las afueras de Kabul, para celebrar Memorial Day con las tropas, una fiesta nacional en la que se recuerda a los caídos por la patria. “Así es como acaban las guerras en el siglo XXI. No lo hacen con firmas ceremoniales, sino con golpes decisivos contra nuestros adversarios, con transiciones hacia gobiernos electos y con fuerzas de seguridad entrenadas para llevar la iniciativa y finalmente para asumir toda la responsabilidad”, ha añadido.

Como ha reconocido Obama, sus planes están supeditados a que el próximo presidente afgano, que se decidirá el 14 de junio en la segunda vuelta de las elecciones, firme el acuerdo bilateral de seguridad. Entre otras cosas, ese acuerdo otorgaría inmunidad a los militares estadounidenses, garantizándoles que no tendrán que responder por sus actos ante los tribunales locales. El todavía presidente Hamid Karzai se ha negado ha firmarlo, como hicieron las autoridades iraquíes en 2011, pero los dos candidatos que aspiran a sucederle —Abdullah Abdullah y Ashraf Ghani Ahmadzai— ya han afirmado que están dispuestos a ratificarlo. Si no lo hicieran, ha dicho hoy Obama, los cerca de 32.000 soldados que EE UU mantiene en Afganistán se marcharían a finales del 2014.

Esta era esencialmente la opinión del Pentágono: una salida escalonada, siempre que se firme el acuerdo bilateral, o una espantada abrupta si no se protege su trabajo. Tanto los militares como la Casa Blanca son conscientes de que Afganistán “estará lejos de ser un país perfecto” una vez que se replieguen las velas, pero Obama quiere cumplir con su promesa de cerrar las guerras iniciadas por su predecesor antes de que expire su mandato. Esta estrategia molesta a los republicanos y preocupa a algunos generales porque consideran que el mensaje que se está trasladando a Al Qaeda y los talibanes es que EE UU tiene más prisa por marcharse que por ganar la guerra. Una guerra que pocos piensan, sin embargo, que se pueda ganar.

Los senadores republicanos John McCain, Lindsey Graham y Kelly Ayote respondieron al presidente afirmando que su anuncio es “un error monumental y un triunfo de la política sobre la estrategia”. Los tres son partidarios de negociar el final de la contienda, algo que también ha intentado sin éxito la Administración Obama abriendo vías de diálogo con los talibanes. “Tanto este objetivo como la retirada de las tropas de Afganistán debería basarse en las condiciones y no en las preocupaciones del presidente por su legado”, han dicho este martes. Obama ofrecerá mañana miércoles un discurso en la academia militar de West Point, donde esbozará las líneas maestras de su política exterior para los dos años y medio que le restan de presidencia.