Tras cerrar el peor año de su presidencia, el presidente de EEUU afronta esta noche el discurso del Estado de la Unión con la necesidad de recuperar una pizca de entusiasmo en su proyecto. Barack Obama esbozará las líneas maestras de su política para el 2014, incluyendo en su lista de la compra viejas aspiraciones como la reforma inmigratoria, la subida del salario mínimo o la expansión de la educación pública infantil. Más que nunca, este año se espera además que subraye su disposición a actuar unilateralmente, echando mano de sus poderes ejecutivos si los republicanos le vuelven a negar las llaves del Congreso.

No se esperan grandes revoluciones ni demasiadas ideas nuevas. Obama ha entrado en el sexto año de su mandato, una carrera contra reloj para tratar de sacar adelante alguna reforma de calado antes de que toda la atención se centre en la campaña para las legislativas de noviembre. Al ser año electoral, la posibilidades de que obtenga la cooperación de los conservadores es todavía más remota, de ahí que la Casa Blanca haya adelantado que Obama pretende recurrir a los poderes que le otorga la Constitución para vadear al parlamento en asuntos como las infraestructuras, el cambio climático o la formación de los parados.

"El presidente buscará tantas oportunidades como sea posible para trabajar con el Congreso buscando consensos", escribió esta semana Dan Pfeiffer, uno de los asesores más cercanos de Obama, en un correo a sus simpatizantes. "Pero cuando el empleo de los estadounidenses y su calidad de vida depende de que se haga algo, no esperará al Congreso", añadió.

Declaración de intenciones

Los discursos del Estado de la Unión no son más que una declaración de intenciones, como bien sabe Obama. De lo propuesto en el 2013, los republicanos tumbaron sus planes para endurecer las leyes sobre las armas, lanzados tras la horrenda masacre en la escuela de Sandy Hook. Frenaron la reforma inmigratoria en la cámara baja. Le regalaron 16 días de cierre parcial del Gobierno. Y dejaron en papel mojado sus intentos para elevar el salario mínimo, aunque varios estados sí lo han hecho por su cuenta.

A esta lista de sinsabores, la Administración contribuyó con su desastrosa gestión de la puesta en marcha de la reforma sanitaria, que sigue siendo el legado más importante de Obama para la posteridad. Entre medio, estallaron las comprometedoras filtraciones sobre el espionaje de la Agencia Nacional de Seguridad. Y Siria dejó en evidencia el pulso dubitativo de su política exterior, aunque al final le saliera bien la contemporización.

Al discurso de esta noche, que pronunciará a las 21.00 horas ante las dos cámaras del Congreso (3.00 hora española), el presidente llega bajo mínimos en las encuestas. Su índice de aprobación está en el 46%, cuatro puntos por encima del peor registro de su presidencia, alcanzado en noviembre, y nueve por debajo de donde estaba hace un año. Un 50% de la población desaprueba su gestión, según un sondeo de ABC News y el 'Washington Post' del fin de semana.

Congreso dividido

En un artículo reciente del 'New Yorker', Obama reconocía que estos años se ha dado cuenta de hasta dónde llegan las limitaciones del presidente en un sistema como el estadounidense. Con un Congreso dividido, su margen de maniobra es escaso y, según el senador demócrata Chuck Schummer, no presentará propuestas "grandiosas". "Va a ser una agenda muy práctica dirigida a la clase media", le ha dicho al 'Wall Street Journal'.

La desigualdad económica, definida por Obama como "el gran desafío de nuestro tiempo", está llamada a ocupar buena parte de su discurso. Los republicanos, que le contestarán pocos minutos después de que acabe, ya tienen preparada su respuesta. Según se ha adelantado, piensan atribuir a las "fallidas" políticas económicas de Obama el aumento de la brecha entre ricos y pobres, y la ruptura del contrato social que ha hecho que aquí también sea cada vez más difícil salir adelante por mucho que se trabaje.