Un día después de que arrancara en el Senado su ‘impeachment’, el primer tuit de este viernes del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no iba dedicado a vilipendiar el proceso o a los demócratas, a hablar de "caza de brujas" o a defender su inocencia. Lo primero que ha tecleado es “Mini Mike Bloomberg”.

Es uno de los descalificativos, junto a “pequeño Michael”, con el que denosta al exalcalde de Nueva York, con el que la relación era muy diferente cuando él era un promotor inmobiliario y estrella de televisión realidad y Bloomberg ocupaba, durante tres mandatos, Gracie Mansion.

El insulto, en cualquier caso, no parece el más adecuado porque nada, ni siquiera la altura de 1,76 metros, es pequeño en Bloomberg. Con una fortuna de más de 60.000 millones de dólares según 'Forbes' (54.000 millones de euros) y 8.000 millones en donaciones filantrópicas, el dueño de la agencia de noticias de terminales ubicuas en el mundo económico es a los 77 años uno de los hombres más ricos del mundo. Y desde que el 24 de noviembre, un año después de volver al Partido Demócrata, entró en la carrera electoral para lograr la nominación para las elecciones del 2020 está teniendo, y puede tener, un impacto de enormes dimensiones, tanto para la formación como para Trump.

Gasto récord

Tirando solo de sus profundas arcas, aunque sin hacer ascos a que otros organicen recaudación para su causa, Bloomberg está haciendo añicos los registros de gasto de campaña. El hombre al que se gastó 99 dólares por voto en su primera elección en Nueva York en 2001 que se elevaron hasta los 174 dólares por papeleta en su segunda reelección en 2009 lleva invertidos cerca de 200 millones de dólares solo en anuncios. Se estima que serán 400 millones, más de lo que Barack Obama gastó en publicidad en todo el 2012, para el 3 de marzo, cuando empiece a competir en el supermartes tras decidir en una inusual estrategia no luchar en las primeras citas en Iowa, Nuevo Hampshire, Nevada y Carolina del Sur.

Las cifras, además, no incluyen la inversión de cientos de millones de dólares que Bloomberg ha prometido para una ambiciosa operación de minado de datos, ni lo que está gastando en crear una mastodóntica estructura. Cuenta ya con cerca de 1.000 empleados en 33 estados, gente a la que ha asegurado empleo hasta la convención en verano o hasta noviembre, sea o no el nominado. Atrae a talentos políticos, gente que en su currículum luce nombres como Obama, Hillary Clinton, Facebook o Google. Y en algunos casos lo hace con sueldos de 6.000 dólares que dejan pequeños los 3.500 que pagan por puestos similares Bernie Sanders o Elizabeth Warren.

Trump, la diana

Para entender las aspiraciones y el impacto de Bloomberg, no obstante, hay que ir más allá de los números que plantean que puede acabar gastando más de mil millones de dólares (11 de ellos en un duelo de anuncios con el presidente durante la Super Bowl). Su meta principal es sacar del Despacho Oval a Trump y, a juzgar por declaraciones como la de su asesor Howard Wolfson, fue ante el temor de que ninguno de los otros candidatos lo consiguiera por lo que se presentó. Al ser preguntado sobre si Bloomberg temía un nominado progresista como Sanders o Warren, Wolfson dijo: “No tiene miedo de que ganen (la nominación). Tiene miedo de que no vayan a ganar” (a Trump).

En el presidente tiene Bloomberg la diana central de mensaje, o al menos tan importante como la defensa de sus propias propuestas políticas. Según los datos que baraja, entre el 10 y el 15% de quienes le votaron en el 2016 están dispuestos a reconsiderar su apoyo y Bloomberg les anima poniendo el foco en su “falta de civismo”, sus “mentiras” o su “caos” o cuestionando su supuesta consideración por los trabajadores.

Una máquina que perdure

En cualquier caso su inusual campaña, donde como ha escrito 'The Washington Post' “todo es tan distinto a lo que se ha hecho décadas que es difícil descifrar cómo reaccionarán los votantes”, está diseñada para ayudar a cualquier candidato. Mientras el calendario de primarias y las limitaciones económicas obligan a aspirantes como Joe Biden, Sanders, Warren y Pete Buttigieg a centrarse en los primeros estados, los anuncios de Bloomberg se propagan en lugares que votan el supermartes o más tarde, como Pensilvania o Wisconsin, clave en noviembre. Y llena el vacío de mensaje demócrata donde el de Trump ya es dominante.

La potente estructura que Bloomberg ha creado, además, está pensada para minar con precisión datos como esos y otros demócratas a los que no tendría acceso si no fuera candidato, información que luego podrá facilitar una organización sobre el terreno y movilización en las urnas que ayudará frente a los republicanos no solo en la carrera presidencial o las del Congreso federal sino también a nivel estatal.

Ideológicamente moderado para un partido que ha girado a la izquierda, pero pragmático, ya en el 2018 dedicó decenas de millones de dólares a ayudar a los demócratas en las legislativas y son solo una parte de las donaciones que ayudan a entender puntos centrales en su agenda política. Ese año, por ejemplo, parte de sus 767 millones fueron a control de armas, lucha contra el cambio climático o protección de los derechos de la mujer. Este año ha destinado 15 millones al trabajo para asegurar que no se limitan ni restringen los derechos de voto, una amenaza sobre todo para minorías.

“Una de sus metas es crear una máquina que perdure”, ha explicado uno de sus asesores, Tim O’Brien, descartando que la aventura presidencial de Bloomberg sea, como criticaba este viernes Trump, un “proyecto de vanidad” o para lograr exposición.

Porque exposición es algo que no le ha faltado ni le falta a Bloomberg. En las medias de Real Clear Politics de encuestas presidenciales demócratas a nivel nacional el exalcalde, sin haber aparecido en los debates, y pese a su entrada tardía en la carrera, aparece quinto. En la mayoría de las que estudian el potencial cara a cara de Trump Bloomberg aparece victorioso.

Un candidato cuestionable para la era MeToo

El miércoles, con barra libre y comida y camisetas de campaña gratis, 1.200 personas, casi todas mujeres, acompañaron en un hotel de Manhattan a Michael Bloomberg para lanzar “Women for Mike”. El ambiente era glamouroso. Los elogios, incontables. Y la respuesta ante preguntas sobre la nube de toxicidad masculina que rodea a Bloomberg, similar. “Ninguno somos perfectos, ha dicho en el pasado cosas que no diría hoy”, respondía Caroleen Mackin, voluntaria de la campaña. “Nadie puede tirar la primera piedra, creo que ha progresado, igual que hizo Barack Obama sobre los derechos de los gays”, opinaba Yrthya Dinzey-Flores.

La comprensión de mujeres que como Mackin consideran a Bloomberg “un gran líder, razonable y práctico” y como Dinzey-Flores piensan que “ha inyectado nuevas energías a la carrera” no es, no obstante, generalizada. Y Bloomberg disputa esta carrera con una carga de declaraciones y acciones polémicas en temas de género.

Ha resucitado, por ejemplo, el análisis de hasta 40 demandas por acoso y discriminación contra su empresa, donde se ha denunciado una “cultura tóxica” para las mujeres. No sin controversia, Bloomberg ha defendido que se firmaran y mantengan acuerdos de confidencialidad con algunas demandantes.

Se han desempolvado también declaraciones sexualmente explícitas de Bloomberg, como “nada me gustaría más en la vida que tener a Sharon Stone sentada en mi cara”, que en la era del MeToo difícilmente se solventan con explicaciones como la que el candidato daba también el miércoles en televisión: “¿He hecho chistes groseros? Sin duda, me avergüenzo, pero, ya saben, es cómo crecí”.