Frank Rayl, antiguo empleado de una fábrica de tuberías de Salem (Ohio), repite la frase en su campaña puerta a puerta. "Hola, soy Frank Rayl, trabajaba en Eljer hasta que se llevaron mi puesto de trabajo a China". Tras una de esas puertas, a las que este demócrata llama para intentar conseguir el 2-N un escaño en el Congreso estatal, aparece un joven. "Encantado de conocerte, soy Scott Seelye y trabajaba en la acería, hasta que se llevaron mi trabajo a México".

Los empleos de Rayl y Seelye son sólo dos de los 237.000 perdidos en Ohio desde el 2001, muchos de ellos a causa de la deslocalización. Y su desgracia compartida representa el asunto que más relevancia ha adquirido en este estado de cara al 2-N.

20 votos electorales

Ohio tiene 20 votos electorales, por detrás de los 27 de Florida y los 21 de la vecina y codiciada Pensilvania. En Ohio, el índice de paro es similar al de la media nacional (5,7%), pero hay zonas donde supera el 18%, cifras que explican que sólo 4 de cada 10 votantes aprueben la gestión económica de George Bush.

El presidente sabe que está en apuros en Ohio y está intentando remediarlo con numerosas visitas desde el mes de mayo. Es mucho lo que está en juego: ningún republicano ha logrado llegar a la Casa Blanca sin el apoyo de este estado de 11,5 millones de habitantes.

La relevancia de Ohio se demuestra también en la inversión de los partidos. Demócratas y republicanos llevan gastados en total más de 20 millones de dólares (15,8 millones de euros) para hacer imposible encontrar un canal sin anuncios partidistas y para movilizar a miles de voluntarios para registrar votantes.

El esfuerzo de decenas de miles de republicanos y demócratas ha tenido éxito y se habla de un récord en el número de registros, que han crecido más del 25%, con al menos medio millón de electores nuevos. Los demócratas han ganado en esa guerra de registros, aunque ello no les asegura la victoria.

Mientras el falible mundo de las encuestas unos días pinta este microcosmos de rojo (republicano) y otros de azul (demócrata), algunos ciudadanos de otras partes del país se han decidido a coger la brocha. Es el caso de Gabriel Cowan, un músico californiano que hace un par de meses cambió su casa de Los Angeles por una de alquiler en Cleveland.

Cowan, "siguiendo la ley al pie de la letra", se ha registrado en una biblioteca presentando su tarjeta de la seguridad social. Tras votar el 2-N, volverá a California. "Allí mi voto no servía porque se votará por Kerry", explica.

Quizá su voto tampoco sirva en Ohio. El secretario de Estado de Cleveland, el conservador Kenneth Blackwell, tuvo que retirar una norma que sólo aceptaba los registros enviados en papel de cierto peso. Los tribunales le obligaron recientemente a aceptar votos provisionales emitidos en un distrito que no corresponda al votante.

Si Ohio llega a convertirse el 2-N en la Florida del 2004, Blackwell se verá en apuros. Quizá pase a engrosar las pobladas listas del paro.