Al final no ha habido sorpresa. El controvertido ultraconservador Víktor Orbán ha vuelto a imponerse en las elecciones legislativas de Hungría y, con un 81% escrutado, se ha hecho con un 49% de los votos. A pesar de que se temía que una campaña electoral marcada por los escándalos de corrupción del gobierno podía mermar su fuerza, todo a punta a que el primer ministro y líder del partido Fidesz revalidará su mayoría absoluta al obtener con todo probabilidad al menos 134 de los 199 diputados del parlamento, dos tercios de la cámara que le permitirán seguir gobernando en su tercer mandato.

Aún así, las malas noticias para Europa también llegan más allá de Orbán. Tras la disolución de la alianza entre partidos del centro-izquierda (Összefogás) que concurrieron de la mano en 2014, la segunda plaza electoral también ha caído en manos del creciente populismo etnicista e islamófobo de Jobbik, que ha capturado el 20% de los sufragios. «A pesar de seguir la estrategia de Le Pen para captar voto descontento sigue siendo ultraderecha, pero con una cara más amable», explica András Bíró-Nagy, director del think-tank húngaro Policy Solutions.

Esa disolución también ha dejado al Partido Socialista Húngaro (MSZP) muy tocado. Con tan solo el 12% de los votos, esta formación socialdemócrata ha quedado relegada al tercer puesto. Sintomático de lo que ocurre en toda Europa, en los últimos 12 años el MSZP ha pasado de ser una fuerza mayoritaria al frente del gobierno a ser superada por una ultraderecha impulsada por la crisis económica y la de los refugiados.

Como en la campaña, la votación tampoco ha estado exenta de controversia. A media tarde, la principal televisión privada del país destapaba una grabación sobre la compra de votos y de transporte a los votantes por parte de Fidesz, el partido de Orbán. Hoy, los observadores internacionales hablarán de esas irregularidades. La inesperada alta participación, que a las 18:30 horas era del 68,13%, hizo retrasar el cierre de los colegios electorales y el recuento

METAMORFOSIS HÚNGARA / Liderada por un hombre fuerte, Hungría se ha convertido en los últimos años en el principal representante europeo de lo que el mismo ha llamado «democracia liberal». La metamorfosis húngara ha sido paralela con la de Orbán. En 1989 saltó a la arena política con su crítica a la ocupación soviética y la exigencia de elecciones libres. Entonces era un joven ateo y de izquierdas. Fundó el Fidesz y en 1998 llegó al poder con tan solo 35 años.

Tras el ingreso húngaro en la Unión Europea del 2004 un Orbán en la oposición inició un giro escéptico hacia Bruselas y sus élites comandado por su nacionalismo étnico. En 2010 regresó al poder con la mayoría más absoluta de la Hungría democrática, dándole carta libre para perseguir a la prensa, tejer un sistema plagado de corrupción y con tics autoritarios a la imagen de la Rusia de Putin y alzarse como paladín del cristianismo homófobo.

Con la llegada de refugiados al continente en 2015, Orbán ha tratado de captar el voto radical de Jobbik con un discurso belicista contra el Islam y levantando vallas dentro del supuesto espacio Schengen de libre circulación. Viktator, como es conocido por su autoritarismo, es a la vez una amenaza a las directrices de la UE y un aliado imprescindible para el Partido Popular Europeo, los Estados Unidos y la OTAN.