Nada de lo que está sucediendo en Venezuela en las últimas horas debería sonar extraño. Un país dividido, una población hastiada por una economía destrozada y unas libertades exiguas, bajo una falsa apariencia de democracia. Gente en la calle, y un exilio que ya alcanza a mas de dos millones de refugiados ¿Les suena? Un nuevo Estado frágil se convierte en escenario de la batalla global, como lo fue Siria: un campo de enfrentamiento entre potencias regionales y mundiales que ha acabado en un baño de sangre. En Siria, EEUU retira ahora sus tropas y entrega todo el poder al presidente que querían desbancar y que, apoyado por Rusia, parece haber ganado la partida, que no una guerra que todavía desangra. Las diferencias con Venezuela son muchas, pero con un Gobierno y una oposición incapaces de llegar a un solo acuerdo el escenario se ha abierto a la intervención de potencias exteriores. Nicolás Maduro lleva tiempo convertido en un tirano, ignorando los principios democráticos que otorgaron una mayoría a la oposición en las elecciones a la Asamblea Nacional y oprimiendo a sus detractores, mientras hunde la economía del país en lodos más profundos que el petróleo de sus entrañas. Pero todavía no es un despojo político.

ENFRENTAMIENTO CIVIL

El reconocimiento de Juan Guaidó por parte de EEUU, Canadá y de la Organización de Estados Americanos abre las puertas a un nuevo escenario probablemente mas violento. Si con Maduro las cosas pintaban mal, ahora que son dos los que se declaran presidentes legítimos y se reparten el reconocimiento de la comunidad internacional, la deriva a un enfrentamiento civil puede ir en aumento.

Para empezar, Maduro sabe desde las elecciones del 2015 que ni él, ni su Gobierno, ni el movimiento que dice representar tiene apoyo mayoritario entre el pueblo venezolano, pero no solo controla todos los resortes del Estado, desde el petróleo a los jueces, también cuenta con el apoyo de China y de Rusia, que no es menor. Los dos países han prestado miles de millones desde que comenzó la crisis. Los chinos, a cambio de petróleo y, aunque solo fuera porque quieren recuperar sus créditos, no van a dejar caer este Gobierno por las bravas. Por su parte, Rusia no necesita petróleo, pero Venezuela se ha convertido en su principal aliado en una zona estratégica: el jardín de un rival norteamericano que está en horas bajas.

La potencias regionales también juegan un papel determinante. Si el eje populista de izquierdas con Nicaragua al frente se suman al lado de Maduro, el eje de los no menos populistas de extrema derecha, con Jair Bolsonaro en Brasil, no han tardado en encontrar el bando contrario. La batalla de las ideas extremas se abre paso por toda Latinoamérica y Venezuela puede convertirse en un campo de prácticas.

Si la nueva fase del conflicto no sirve para forzar un acuerdo en torno a un nuevo proceso electoral, limpio abierto y con observadores, es probable que el foco que las grandes potencias se encargaron de poner en Siria, se traslade ahora al Caribe. Ya sabemos con qué consecuencias.