El veto inmigratorio de Donald Trump se ha topado con una considerable oposición en los tribunales, pero el neoyorkino no es ni mucho menos el primer presidente en prohibir la entrada en el país a ciertas nacionalidades o categorías de inmigrantes. La historia de Estados Unidos está repleta de restricciones semejantes, aplicadas generalmente en momentos de ansiedad respecto a los acontecimientos mundiales o en consonancia con teorías racistas como la eugenesia que estuvieron en boga durante décadas. A los chinos se les prohibió la entrada en 1882; a los anarquistas, en 1903; a los “imbéciles”, “débiles mentales” y una larga lista de nacionalidades asiáticas en 1917, por citar algunos ejemplos del pasado.

Pero no hay que volver a los tiempos de la primera guerra mundial para encontrar decisiones semejantes. Seis de los siete últimos presidentes han invocado la misma ley que Trump para prohibir la entrada a ciertos grupos o nacionalidades de inmigrantes. En respuesta a la crisis de los rehenes en Teherán, Carter vetó a los iranís en 1980. Reagan excluyó a los inmigrantes “de alta mar” en 1981 para frenar a los balseros llegados desde Haití y Cuba. Clinton cerró las puertas en 1999 a los responsables de la represión en Kosovo. Y más recientemente, Barack Obama castigó a los criminales de guerra y aquellos con un largo historial de violaciones de los derechos humanos.

HISTERIA ANTICOMUNISTA

Todos ellos recurrieron al poder que les concede una cláusula de la reforma inmigratoria de 1952, aprobada por el Congreso en plena histeria anticomunista. “Cuando el presidente crea que la entrada de cualquier extranjero o tipos de extranjeros perjudica a los intereses de EE UU (…) podrá imponer todas las restricciones que considere oportuno”. Esa es la misma cláusula que utilizó Trump para vetar temporalmente a los refugiados y a los ciudadanos de siete países de mayoría musulmana. ¿Por qué entonces su decreto ha sido suspendido por los tribunales y ha generado tanto revuelo?

“Su orden ejecutiva va mucho más allá de lo que hicieron otros presidentes en el pasado”, opina Clete Samson, quien trabajó durante siete años como abogado del Departamento de Seguridad Interna, la agencia encargada de gestionar la inmigración. “Por un lado, incluye a siete países, que es más de lo que otros hicieron. Y por otro, es potencialmente discriminatoria, uno de los argumentos que han esgrimido los jueces”. Samson sostiene que las restricciones de otros presidentes fueron una respuesta directa a ciertos acontecimientos internacionales, pero las de Trump “son preventivas”. La propia sentencia del tribunal de apelaciones dice que su Administración ha sido incapaz de probar que los inmigrantes afectados por el veto constituyen una amenaza terrorista para la seguridad nacional.

El decreto de la Casa Blanca, por su amplitud y su vaguedad, se parece seguramente más a los de finales del siglo XIX y principios del XX. Leyes, casi siempre aprobadas por el Congreso, como la de 1924, que estableció cuotas a la inmigración. Aquellas cuotas secaron las llegadas desde Japón, China y otros países asiáticos, y redujeron los flujos desde el sur y el este de Europa para favorecer a los del norte del continente. La eugenesia estaba por entonces institucionalizada y aspiraba a mejorar genéticamente la raza.

EFECTO BOOMERANG

“Pero esas cuotas se acabaron en 1965. EEUU decidió entonces acabar con la discriminación por criterios de raza, etnia, religión o nacionalidad”, explica el sociólogo de la universidad de Grinell,David Cook-Martin, coautor del libro ‘Seleccionando a las masas: los orígenes democráticos de las políticas inmigratorias racistas en las Américas’ (en su traducción libre al español”. “Lo que Trump está proponiendo es volver al momento anterior a la reforma de 1965, cuando la ley amparaba la discriminación”.

La historia demuestra que la exclusión de determinadas nacionalidades acabó teniendo un efecto boomerang. “Causaron muchos problemas geopolíticos”, dice Cook-Martin. Uno de los agravios invocados por la marina japonesa para atacar Pearl Harbor fue la humillación que sintió el país cuando se aprobaron las cuotas de 1924, que cerraron la entrada en EEUU a los japoneses. La prensa nipona de la época lo expresó muy gráficamente en sus titulares:“Día de la Humillación Nacional”.