Si se cumple el escenario apocalíptico que prevén las autoridades francesas, París será hoy una ciudad casi desierta y custodiada por los vehículos blindados de la Gendarmería y 8.000 agentes de las fuerzas del orden en estado de máxima alerta. En toda Francia se desplegarán casi 90.000 efectivos. Se trata de un dispositivo de seguridad sin precedentes para una cuarta jornada de protestas de los chalecos amarillos en la que Interior teme la presencia de numerosos grupos ultras infiltrados entre los manifestantes.

Desde los Campos Elíseos hasta la Plaza de la Bastilla pasando por la Plaza de la República y la Ópera, los grandes almacenes, tiendas y restaurantes cierran sus puertas y protegen los escaparates ante el temor de que los disturbios sean aún más violentos que la pasada semana. Moverse por la capital será complicado porque habrá numerosas estaciones de metro cerradas y líneas de autobuses suspendidas. La prefectura de policía de París ha pedido a los vecinos de las zonas susceptibles de verse afectadas por grupos de vándalos que extremen la precaución.

La espiral de violencia que vive el país desde el estallido de las protestas de los chalecos amarillos iniciadas el pasado 17 de noviembre alcanza niveles inquietantes y el sector turístico está acusando duramente el golpe. Los hoteles lamentan la anulación de reservas y las tiendas, la pérdida de ventas en vísperas navideñas.

El Gobierno cedió a la presión de la calle y anuló la subida del impuesto de la gasolina que desató la revuelta pero ni eso, ni los múltiples llamamientos a la calma lanzados por sindicatos, organizaciones profesionales y los sectores más moderados del movimiento detiene la ola de contestación que tiene en su punto de mira al presidente francés.

El presidente Emmanuel Macron, mientras, mantiene silencio. No se dirigirá a los franceses hasta principios de la próxima semana «para no echar leña al fuego», según dijo el presidente de la Asamblea Nacional, Richard Ferrand. El presidente busca una puerta de salida a una crisis que amenaza seriamente su mandato y confía en que las medidas del Gobierno erosionen el apoyo de la opinión pública a los chalecos amarillos. De momento, el 68% de los franceses los apoya y el 59% pide que sigan adelante.

Pero el ministro del Interior, Christophe Castaner, considera que el movimiento se ha radicalizado y está lejos de las manifestaciones pacíficas del 17 de noviembre. «Han traspasado los límites de la legalidad republicana» , dijo. También el portavoz gubernamental, Benjamin Grivaux, advirtió de que los «verdaderos» chalecos amarillos no pueden convertirse en escudos humanos de «elementos politizados y radicalizados que intentan instrumentalizar el movimiento».

Esta revuelta no es la única a la que se enfrenta el Ejecutivo. Los estudiantes llevan toda la semana bloqueando liceos e institutos en protesta por las reformas de acceso a la universidad y en numerosas localidades se han producido disturbios. En ese contexto, el vídeo que muestra la humillante detención de 151 adolescentes, de rodillas y con las manos en la cabeza, en Mantes la Joly, no ayuda a calmar los ánimos. Interior prometió una investigación.