«Nuestra vigilia no tendrá fin, mientras Lula esté aquí nos quedaremos para luchar por su libertad», dijo Gleisi Hoffmann, la presidenta del Partido de los Trabajadores (PT), a su militancia y a todo Brasil. Ella habló desde Curitiba, en el sureño estado de Paraná, donde el exmandatario ha comenzado a cumplir una sentencia de 12 años que despierta emociones encontradas entre los brasileños. La Fuerza Aérea (FAB) confirmó la veracidad de los audios divulgados con la voz de un operador de vuelo que se comunica con el piloto que transportaba a Lula de Sao Paulo a Curitiba. «Llévalo y no lo traigas nunca más», se escucha en una grabación. «Arroja esa basura por la ventana», dicen en otra.

Las expresiones de odio comienzan a incomodar a algunos sectores moderados, entre otras cosas porque intuyen que semejante aversión a la figura del favorito de las elecciones del 7 de octubre, sacado de campaña con la orden de arresto dispuesta por el polémico juez Sergio Moro, puede provocar el efecto contrario en parte de la sociedad. «Con este antilulismo es difícil no ser lulista», advirtió Gregorio Duvivier en las páginas de Folha, el influyente diario paulista.

Los abogados y el propio PT redoblarán las presiones para que el Supremo Tribunal Federal (STF) debata otra vez y con carácter urgente si un condenado en segunda instancia como Lula debe estar en prisión o esperar afuera la sentencia firme. Marco Aurelio Mello, uno de los magistrados del STF, no parece ser indiferente al revuelo que provoca la estancia de Lula entre rejas y ha considerado que es un «deber» llevar el caso al plenario de la máxima instancia jurídica mañana.