En su discurso del Estado de la Unión de 1996, Bill Clinton pronunció una frase lapidaria que acabaría simbolizando el giro hacia el centroderecha del Partido Demócrata en materia económica: La era del gran Gobierno se ha acabado. Clinton recortó el gasto en Defensa y los programas sociales, impuso la disciplina fiscal, desreguló el sistema financiero e impulsó el libre comercio. Sus Clintonomics dejaron un crecimiento económico boyante y varios superávits fiscales, pero también convirtieron al partido de Franklin Roosevelt en el partido de Wall Street. Ahora, más de dos décadas después, el péndulo se está invirtiendo. Como escribió la revista Time tras el inicio de los debates de primarias la semana pasada, este ya no es el partido de tus padres.

La inesperada derrota de Hillary Clinton en el 2016 dio pie a toda clase de autopsias en el seno de la formación. Algunas más acertadas que otras, pero una idea se impuso: la necesidad de recobrar el favor de los trabajadores. No estamos conectando con la clase trabajadora del Medio Oeste industrial, dijo el miércoles el congresista Tim Ryan durante el primer debate televisado de las primarias. Tenemos que cambiar nuestro centro de gravedad para dejar de ser el partido de las costas y las élites. Esa fue precisamente una de las claves de la victoria de Donald Trump, su éxito en feudos industriales y tradicionalmente demócratas con un discurso populista que se apropió de parte del programa de la izquierda antiglobalización, aquella que hizo mucho ruido en los 90, pero nunca llegó a tomar el poder.

ACTIVISMO GUBERNAMENTAL

Los demócratas han tomado nota. Los primeros dos debates sirvieron para constatar el giro a la izquierda del partido y la vuelta del activismo gubernamental, por más que el favorito en las encuestas sea en estos momentos el moderado Joe Biden, vicepresidente con Barack Obama. La retórica hostil contras las grandes empresas y el dinero de los intereses especiales en la política se ha vuelto la norma. Todos aquellos estadounidenses que sienten que el sueño americano ha dejado de funcionar para ellos, tienen que saber que los inmigrantes no son responsables. Las grandes corporaciones tienen la culpa, dijo el candidato Bill de Blasio, alcalde de Nueva York.

Ideas que hasta hace poco eran anatema han calado entre los candidatos. La mayoría defiende ahora la sanidad pública para todos, las universidades gratuitas o las guarderías a partir de los tres años. Otros quieren trocear a las grandes tecnológicas de Silicon Valley para combatir los monopolios, subir los impuestos a las grandes fortunas, lanzar planes multimillonarios para transitar hacia una economía verde o descriminalizar la entrada ilegal en EEUU. Muchos se niegan además a aceptar donaciones de las grandes empresas y grupos de interés.

UN CAMBIO SIN TRAUMAS

Con más de una veintena de candidatos en liza, el número más alto desde que se instauró el actual sistema de primarias en 1972, hay diferencias en el grado de transformación que cada uno propone. Aspirantes como Elisabeth Warren y Bernie Sanders prometen profundos cambios estructurales con un giro radical a la izquierda. La vía intermedia la abanderan nombres como Kamala Harris, Cory Booker, Pete Buttigieg o Julián Castro. En el otro extremo, Biden o Amy Klobuchar venden un cambio sin traumas centrado en restaurar el civismo y la sensatez en la vida pública.

Biden no es el candidato inevitable que fue Hillary en el 2016. El jueves tuvo una mala noche. Sus flaquezas son en gran medida las mismas que hundieron la candidatura de Clinton. Tras casi medio siglo en primera línea, arrastra demasiado bagaje y está muy cerca de los intereses corporativos, la clase de percepción que quieren evitar la mayoría de candidatos. Hace unos días, durante un acto de recaudación de fondos en Manhattan, afirmó que no piensa demonizar a los ricos porque los necesita desesperadamente y, si gana la nominación, no tendrán que preocuparse porque no cambiará el estándar de vida de nadie, nada cambiará fundamentalmente.

CUESTIÓN DE CORAJE

Esas palabras pueden servir en unas generales, pero son potencialmente tóxicas en unas primarias, donde votan las bases más combativas del partido. Si no tenemos el coraje de enfrentarnos (a las grandes industrias), nada cambiará y los ricos seguirán siendo más ricos mientras el resto sufre, dijo el jueves el socialista Sanders, segundo en las encuestas. Entre ambas posturas hay un amplio espectro de grises, pero ahí radica la principal decisión que enfrentan los electores demócratas. Buscan darle un revolcón al 'estatus quo' o se conforman con la vuelta de las políticas de Obama y Clinton?

Si algo demostró la victoria de Trump es que la gente está cansada de la vieja política. Pero también es verdad que su presidencia está sirviendo para vacunar a medio país contra el aventurismo político.