En las casas palestinas, la televisión fue ayer un invitado incómodo, un pájaro de mal agüero, en la celebración del iftar, la comida tras el ayuno del Ramadán. Con el corazón en un puño, muchos palestinos en Cisjordania y la franja de Gaza siguieron por Al Jazira y Al Arabiya las noticias contradictorias sobre el estado de salud de Yasir Arafat, de Abú Amar, del líder que, esta vez sí, parece que se les va.

Tristeza es la palabra que mejor define los sentimientos de los palestinos, tanto entre los fervorosos seguidores de Arafat --esos que se niegan a hablar de la muerte de Abú Amar hasta que no lo vean de cuerpo presente-- como en sus adversarios. "Estoy muy triste. Le odio pero, pobre hombre, qué lástima morir así, solo, lejos de su tierra", comentaba ayer Laila, una palestina de Jerusalén Este con un discurso sumamente crítico contra la corrupción de la Autoridad Nacional Palestina que dirige Arafat.

Miedo al futuro

Había en las conversaciones de ayer en las casas palestinas dolor, pero también rabia por el hecho de que Arafat pueda morirse en el extranjero. No se entiende en muchos sectores de la calle palestina por qué, si el estado de salud del rais era tan grave, se marchó hace tan sólo una semana a París; por qué ha corrido el riesgo de morir lejos de Palestina.

Y también pesa sobre el ánimo de los palestinos el miedo, la incertidumbre a un futuro sin la omnipresente sombra de su líder, Yasir Arafat. "Será una catástrofe si Abú Amar muere. Tengo miedo de que la causa palestina muera con él y de que se abran las puertas de una confrontación civil", comentó Hasán Alí, un estudiante de 18 años de Ramala que no conoce ni concibe la vida sin Arafat.