Si hay algo que singulariza el drama de la socialdemocracia francesa es la celeridad con la que lo perdió todo. Los socialistas necesitaron 17 años para volver al Elíseo después de la etapa de François Mitterrand (1981-1995), pero solo cinco para ser desalojados del poder y dejar a la izquierda como un campo en ruinas. El mandato de François Hollande (2012-2017) fue demoledor.

Promesas electorales incumplidas, giros liberales como el de la reforma laboral y debates desgarradores en torno a la retirada de la nacionalidad a los acusados de terrorismo, en un contexto marcado por la amenaza yihadista, minaron la popularidad de un líder sin relato, sin autoridad e incapaz de contener la división en sus propias filas.

"La situación de Francia mejoró, pero la de los franceses no", resume Gilles Finchelstein, director de la Fundación Jean Jaurès en conversación telefónica con este diario.

El resultado fue que se perdió una elección tras otra -municipales, regionales, departamentales y senatoriales- y Hollande no se atrevió a optar a un segundo mandato. El candidato a la presidencia fue un miembro del ala izquierda del partido, Benoît Hamon, que en abril del 2017 fue desbancado de la carrera con un humillante 6,36% de los votos.

LEJOS DEL PODER

La debacle se extendió a la Asamblea Nacional, donde los socialistas pasaron de 258 a 29 diputados, continuó con el hundimiento económico y culminó con la venta en 2018 de su histórica sede de la calle de Solferino, un magnífico palacete a dos pasos del Palacio Bourbon.

El Partido Socialista se alejaba del poder, también geográficamente, al mudarse a la periferia de París sin que, de momento, se atisbe la reconquista de un electorado que se arrojó en brazos de Emmanuel Macron o buscó refugio en el populismo de izquierdas de Jean Luc Mélenchon, que se llevó el 20% de los sufragios en el 2017.

La única luz en ese panorama fúnebre, en opinión de Finchelstein, es que existe un espacio ideológico de centro-izquierda -un 25% del electorado- en el que no hay ningún candidato porque Macron está más a la derecha y Mélenchon más a la izquierda. “El reto es volver a ocuparlo”, dice.

ENTRE EL LIBERALISMO Y EL POPULISMO

Eso es justo lo que intenta el ensayista de 39 años Raphaël Glucksmann, hijo del filósofo André Glucksmann, autor de un documental sobre la Revolución naranja y antiguo consejero del expresidente de Georgia, Mijail Saakachvili. El pasado noviembre presentó en medio de una gran expectación Plaza pública, un nuevo movimiento ciudadano, fundado junto al economista Thomas Porcher y la prestigiosa militante ecologista Claire Nouvian, con el objetivo de acercar las seis candidaturas que se disputarán el voto de la izquierda en las europeas del 26 de mayo.

Su ideario incluye “reafirmar los valores sociales, solidarios, ecológicos y empresariales que han secuestrado el ultra-liberalismo que se reivindica como el único progresismo, por un lado, y el nacional-populismo, por otro”. Y ante la urgencia de retos como el cambio climático, la gestión de los flujos migratorios o la regulación del capitalismo advierte de que “es hora de actuar y no de peleas de camarillas”.

Sobre el papel la idea era seductora, y animó a un electorado huérfano que no se identifica ya con Macron ni está de acuerdo con el talante furibundo de Mélenchon. Pero Glucksmann aceptó a mediados de marzo la oferta del Partido Socialista para encabezar su lista al Parlamento Europeo y con esa decisión la unión de la izquierda se ha ido al traste. Ni entre los socialistas hay consenso.

¿NUEVA 'GAUCHE' CAVIAR?

Figuras como Anne Hidalgo, alcaldesa de París, o Martine Aubry, edil de Lille, respaldan la apuesta del secretario del partido, Olivier Faure, un líder que no sabe lo que es el carisma. Pero históricos como el exministro Stéphane Le Foll creen, más o menos, que se le entregan las llaves del partido al hijo del filósofo.

Otro socio potencial del ensayista, Benoît Hamon, también está que trina. “No se toman en serio las elecciones europeas. Los hijos del vacío son ellos”, dijo aludiendo al título de la última obra de Glucksmann, curiosamente un análisis sobre la quiebra de la izquierda.

La acogida no fue mejor entre los ecologistas, que lamentan que Plaza pública sirva de “salvavidas” a un PS “agónico”. Lo peor, no obstante, es que uno de sus fundadores, el economista Thomas Porcher, se apea del barco. “No tengo ganas de ser el aval de izquierdas del PS ni de que Plaza pública sea el nuevo envoltorio de un producto caducado”, justificó al irse. Gluksmann, a quien algunos tachan de encarnar una nueva ‘gauche caviar’, había prometido no añadir “división a la división” pero parece que es justo lo que ha logrado.

El dato optimista es que el socialismo cotiza (algo) al alza en los últimos sondeos. Lograría el 7% de los votos en las europeas, dos puntos más que antes de anunciarse la candidatura de Glucksmann, aunque las encuestas siguen lideradas por La República en Marcha (LREM) con el 23% de intención de voto y el partido de Marine Le Pen, con el 21,5%.